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Economía maniacodepresiva
“Hace un año la actividad se aceleraba en casi todas las regiones del mundo, mientras que ahora empeora en un número de países cuyas economías abarcan dos terceras partes del PBI mundial”.
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La situación de la economía mundial es clave para el desempeño de la peruana. Si bien el crecimiento del PBI local ha promediado alrededor de 5%, en las últimas tres décadas, cuando uno examina los años de vacas flacas, el crecimiento promedio del Perú cae a un promedio de menos 3% mientras que en los años de bonanza internacional puede subir hasta 7%. Estos bandazos no son de extrañar para una economía que produce tan solo dos dólares de cada mil que se producen en el planeta y cuyos ingresos por exportación dependen tanto de los precios de las materias primas. La bolsa de valores registra el mismo fenómeno: 70% de la variación en la cotización de la BVL se puede explicar con la evolución del precio del cobre.
Como todos los años, el FMI acaba de publicar su actualización de las Perspectivas de la Economía Mundial, en que corrige a la baja su pronóstico de crecimiento para 2019: del 3.9% calculado en su edición anterior a 3.3% ahora. Hace un año, la actividad se aceleraba en casi todas las regiones del mundo, mientras que ahora empeora en un número de países cuyas economías abarcan dos terceras partes del PBI mundial. Los factores que explican este cambio son, según el FMI: las restricciones financieras inherentes al ejercicio de normalización monetaria en 2018 (en mi opinión tímidos, dicho sea de paso), la guerra comercial EE.UU.-China, la disipación de la rebaja tributaria en EE.UU., las tensiones macroeconómicas en Argentina y Turquía, y los excesivos niveles de endeudamiento público y privado en casi todos los países. Muchas economías enfrentan condiciones ‘muy duras y considerable incertidumbre’ a medida que la tasa de crecimiento de los países desarrollados se ralentiza hacia su menor potencial a largo plazo.
Fue Mafalda quien dijo una vez aquello de que ‘el futuro ahora ya no es como era antes’, algo que, efectivamente, se corrobora cuando uno examina los cuatro últimos informes del FMI. Así, el de abril de 2016 nos decía que, aunque la recuperación mundial continuaba, lo hacía a un ritmo cada vez más lento y frágil, y culpaba a la volatilidad en los mercados mundiales de activos. El siguiente –en abril de 2017– cambiaba el tono a optimista argumentando una racha de novedades positivas desde mitad de 2016 y una ansiada aceleración que parecía tomar cuerpo. Tónica que reforzaba el informe de 2018 relatando que la reactivación que se inició a mediados de 2016 estaba ganando fuerza y amplitud, pero con la advertencia de que las tasas de crecimiento favorables no iban a durar, como lo corrobora el informe que se acaba de publicar. Preocupante alternancia súbita del desaliento a la euforia.
Las opiniones del FMI tienen peso en la formación de expectativas. A menos que estemos en plena crisis, en cuyo caso es innegable lo obvio, sus informes siempre son ambivalentes, nunca te dicen que ya se cometieron los pecados y la penitencia será implacable, siempre dejan la puerta abierta a intervenciones (hasta milagrosas) de política económica que podrían evitar la crisis. El beneficio de haber trabajado en tres organismos de este corte es que uno desarrolla la habilidad de leer entre líneas. El mensaje de este último informe me deja sumamente preocupado.
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