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Redacción PERÚ21

redaccionp21@peru21.pe

Son casi las 2 de la madrugada. En unas horas debo mandar esta columna al diario. Estoy sentado frente a la computadora, la casa a oscuras, como cuando tenía 16 años y me quedaba en mi cuarto escribiendo cualquier cosa. Qué bello era eso. Nadie estaba esperando mis historias. No tenía editores que me dijeran que no debía pasarme de los 2050 caracteres si quería cobrar a fin de mes. Muchos de mis amigos ni siquiera sabían que yo escribía. Pensaban que solo era un chico tranquilo al que no le gustaba salir a bailar. Ahora lo saben. Me llaman para ver películas y les digo: hoy no puedo, tengo que escribir. Algunos me han dicho que no les gustan mis columnas. O que debería escribirlas de otra forma. O incluso dejar de hacerlo. Por eso hoy estuve recordando cómo escribía cuando era chibolo. También me pregunté si era más paja cuando estas noches solo servían para engrosar una carpeta de cuentos que solo yo releía. Y me dije: NO. Esto es mejor. Saber que tú estás leyendo. Aunque no te conozca y aunque tú nunca puedas decírmelo. Es como en El túnel de Sábato. Empiezas a escribir porque crees que la persona indicada va a descubrir ese detalle de tu obra que delata tu alma. Y ese alguien te va a entender. Lo jodido es que con el tiempo demasiada gente te entiende. Te dicen: sí, demonios, yo también siento lo mismo. Y de pronto eres tú quien ya no quiere ser entendido; quieres en cambio matarlos como mata Juan Pablo a María en esa novela. Sabes que ese encuentro es una ilusión. Nadie entiende a nadie y nadie conoce realmente a nadie. Recorremos túneles solitarios que solo nos dejan ver destellos de los demás. Y seguimos buscando en las redes, en la música, en el amor. Pero yo, de todos estos túneles, escogeré siempre el de las madrugadas frente al teclado. Porque en este, al menos, cada vez que agrego una palabra tengo la sensación de que las paredes pueden desvanecerse. Son las 5 a.m. Algunos pajaritos ya están cantando. Voy a mandar esto al diario y luego –como diría Bukowski en su Manual de combate– me voy a ir a dormir.