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Perdónenme, no puedo más
“Hoy no puedo escribir, no puedo trabajar, no puedo pensar. Solo imagino al flaco Gareca parado al lado de la cancha gritándole indicaciones a esos 11 chicos...”.
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Son poco después de las 12 del día. Me había sentado, como cada viernes, a escribir esta columna y tenía abierto un cuadernito en el que voy anotando ideas durante la semana. Había, de hecho, ya escrito cuatro párrafos sobre las declaraciones que Marcelo Odebrecht diera ayer (jueves) a los representantes del Ministerio Público peruano sobre los supuestos aportes de su empresa a varias tiendas políticas y sobre la forma como la prensa ha tratado el tema de manera confusa y contradictoria. Pero no puedo. He tenido que borrar todo.
Faltan 10 horas para empezar a saber si Perú va a ir al Mundial. Y, perdonen ustedes, pero para mí no es poca cosa esto. Cuando era –éramos– niño, viví las historias de cómo Perú había brillado en México y de cómo nos eliminó el Brasil imposible de Pelé. Pero tuvimos que acurrucarnos en solo eso: en historias. Cada álbum de Navarrete fue una tortura sutil en la que los hologramas siempre eran estadios lejanos y goleadores extranjeros. El consuelo estuvo vestido siempre de casaquillas latinas, de equipos amigos. Alentar, pues, con pudor.
El fútbol es una forma casi perfecta de angustia. Una medida de tiempo que ha sabido enamorar a algunos al punto de llevarnos a rezarle a dioses que nos fallaron y a repetir letanías que nos decepcionaron; es que no importa. Es renunciar por 90 minutos a la razón, a la vida y a sus dolores y también, quizá, a ser adulto. Hoy no puedo escribir, no puedo trabajar, no puedo pensar. Solo imagino al flaco Gareca parado al lado de la cancha gritándole indicaciones a esos 11 chicos que se van a cargar en unas horas –que ahora son 9– al país.
Ya sé, Zavalita, que estamos jodidos. Que la política se ha gangrenado y que la corrupción se ha normalizado al mismo tiempo en que la prensa se ha desorientado y los ideales se han confundido. Pero hoy, solo hoy, hay algo más grande. Hoy hay un sueño más pesado que todos los dolores y es volvernos locos con goles que no sabemos si llegarán y hacernos niños frente a un arco hecho con mochilas para jugar ‘mundialito’ y ser –por fin– Perú, mete gol, gana, para embarrar la camisa blanca del colegio con felicidad impúber. Con inocencia.
Así que hoy tiro los dados. Que la suerte nos sea amable. Vamos, Perú, carajo.
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