"Esta situación no puede continuar. El servicio público debe ser un apostolado y no una fuente de lucro, a través del asalto al contribuyente". (Foto: Freepik)
"Esta situación no puede continuar. El servicio público debe ser un apostolado y no una fuente de lucro, a través del asalto al contribuyente". (Foto: Freepik)

En los últimos 20 años, producto del buen manejo de la macroeconomía, la recaudación fiscal se incrementó por cuatro. En ese mismo periodo, la burocracia estatal no esencial, es decir, la que no incluye maestros, médicos, enfermeros, jueces, fiscales, FF.AA. y Policía, se multiplicó por diez. Este dato revela que la burocracia estatal no esencial, o, dicho de otra forma, el Estado como botín es una amenaza permanente, que requiere -al igual que la hierba mala- una constante supervisión y poda.

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El solo hecho de gastar innecesariamente recursos que les son extraídos forzosamente a los contribuyentes (sean estos empleados, emprendedores o empresas) es una apropiación oprobiosa. La situación se agrava de modo exponencial cuando, para justificar la expoliación, se inventan nuevas instancias, requisitos, normas y trámites, pues ahí no solo se produce una apropiación indebida del fruto del trabajo de los peruanos, sino que se instalan, arbitrariamente, barreras innecesarias que minan la prosperidad de los peruanos.

Está claro que, en un país como el Perú, con profundas grietas socioeconómicas, que tiene un desafío geográfico enorme (no cubierto por la limitada infraestructura), con emprendedores impedidos de ser parte del Perú formal y de gozar de las virtudes de la economía de mercado debido a las infranqueables barreras burocráticas, se requiere un enorme esfuerzo económico para cerrar las brechas que nos dividen como sociedad y que limitan nuestro potencial de desarrollo.

Sin embargo, vemos que el nivel de ejecución presupuestal para liberarnos de esos lastres estructurales es paupérrimo. El Estado en sus diferentes niveles de gobierno es incapaz de movilizar recursos para el cierre de brechas o en atención a la inclusión y justicia. Paradójicamente, el Estado sí es muy ágil y competente para transferir dinero a los bolsillos de la clase política, voraz y parasitaria. La política, o mejor dicho, quienes a través de la política han capturado el Estado, se asignan bonos oprobiosos y se hacen pagar viajes por el mundo a costa del trabajo de los peruanos que sufren para llevar comida a la mesa familiar. En el extremo de la sinvergüencería, el Congreso, co-responsable de la recesión económica que vivimos, se sube impúdicamente el presupuesto en más de 20%.

Esta situación no puede continuar. El servicio público debe ser un apostolado y no una fuente de lucro, a través del asalto al contribuyente. Manejar escrupulosamente los recursos públicos y destinarlos en favor de las prioridades urgentes es una consideración elemental. Esto demandará una profunda reingeniería en la manera como se gestionan los recursos públicos, así como un relevo radical de las personas que gestionan el Estado, buscando convocar para la función pública a quienes tengan la vocación de servicio y el bien común como ejes centrales de su ejercicio y prescindir de quienes fungen de servidores, con el único afán de lucro, codicia o por ser viajeros VIP.

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