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[OPINIÓN] Paul Montjoy Forti: Reflexiones que duelen

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Fecha Actualización
En los últimos años, el Perú se ha convertido en un país ingobernable. Nuestro país, en su hora actual, tiene políticos que, no solo desconocen la realidad de ‘la polis’, sino, además, desprecian al otro y son capaces de verlo desangrarse con tal de conseguir sus intereses personales.
Pedro Castillo, que intentó dar un golpe de estado, que acumula procesos de investigación por corrupción, que había creado una red de clientelismo en el seno del gobierno, es el reflejo de lo que el Perú es capaz de producir. El expresidente es el hijo de un sistema de educación público nefasto y podrido, del que él también fue maestro. Obtuvo una maestría plagiada en una universidad cuyo dueño, Cesar Acuña, también ha sido cuestionado por lo mismo. Es un hombre dispuesto a copar el estado entre amigos y ayayeros, como la mayoría de los presidentes de nuestra historia. Es una persona, al fin y al cabo, dispuesta a sacarle la vuelta a la ley apenas pueda, así como López Aliaga hizo lo propio para evadir impuestos. Castillo pretendió dar un golpe de Estado como lo hizo Fujimori en 1992. El expresidente es el resultado, la metástasis, la síntesis, de un país que tiene profundos problemas estructurales.
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El status quo no duda en formular postulados discriminadores a todo aquello que le es incómodo y diferente. Lo hicieron con Castillo, lo hacen con Dina Boluarte, pero también lo hicieron con Toledo, Ollanta Humala, las lenguas nativas, las protestas, las comunidades indígenas, las provincias, entre otros. No han comprendido que el Perú es mestizo, diverso y multicultural. Como mencionan Basadre y Del Busto, es nuestro deber buscar la peruanidad, que es la fusión entre lo foráneo y autóctono. Profundizar la división, como lo hace Perú Libre y quienes salen a marchar con la bandera de la Cruz de Borgoña, es abrir nuestras grietas y es alejarnos, aún más, los unos de los otros.
Vivir en democracia supone el respeto irrestricto de la ley. Pedro Castillo, junto con todo aquel que pretenda romper el orden constitucional, debe ser sancionado. No creo que exista un solo peruano que se encuentre cómodo con la situación triste que estamos viviendo. El descontento social es real, el Perú necesita cambios. Pero no se puede permitir que una minoría radical y politizada de los manifestantes cometa actos vandálicos en contra de la propiedad pública y privada e incentiven a los demás protestantes a usar la violencia para imponer su propia agenda política. Perú Libre no pudo aprobar legalmente su proyecto de asamblea constituyente porque no tenía los votos suficientes en el congreso. Ahora quieren imponer su agenda con violencia: utilizan a muchos manifestantes que ejercen su legítimo derecho a la protesta, exponen a menores de edad en el conflicto y esperan ansiosos a que la gente muera para poder obtener un beneficio propio. No les importa defender a un hombre que pretendió dar un golpe de estado idéntico al de Fujimori.
Empero, la vacancia de Pedro Castillo no compone una victoria para los conservadores. La fotografía en el hemiciclo después de la votación demuestra una soberbia que da asco. No se trataba de ellos, se trataba del país y del orden constitucional. Un hombre como Castillo, en cualquier democracia seria, hubiera sido destituido hace mucho tiempo. Sin embargo, un gran grupo de los congresistas estuvieron abiertos a participar de las prebendas del gobierno hasta un día antes del golpe de estado fallido. El pacto era mantenerse hasta el 2026 pegados como uña y mugre. Acá no hay nada de amor al Perú, de sentido patriótico y, mucho menos, del sentido del deber sino la búsqueda de rédito político. El Perú necesita reformas reales. La visión de la derecha conservadora es terrible: ¿Qué quieren conservar de este Perú? ¿Su mediocre sistema educativo? ¿Su inoperante sistema de salud? ¿Los ‘valores familiares’ que llevan a los padres a violentar a sus hijos? ¿El racismo, la discriminación y el machismo? ¿La incultura? ¿La crisis político-institucional? ¿La corrupción?
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Adelantar las elecciones es la única medida para salir de la crisis institucional. Sin embargo, deben hacerse reformas importantes antes: cambiar la ley de partidos políticos para aumentar la participación ciudadana, cambiar los colegios electorales para que exista verdadera representación en el siguiente congreso, aprobar la existencia de una cámara alta más reflexiva, reformar la vacancia presidencial, impulsar el proceso de regionalización y descentralización. No vamos a poder salir de esta crisis si no hay un debate serio sobre las reformas necesarias. La presidenta Boluarte debe abrir los caminos de diálogo con las regiones, con los gremios y con las asociaciones civiles. Debe ser capaz de separar a los manifestantes reales que piden cambios a gritos (como todos), y que no merecen una represión policial violenta ni ser llamados terroristas, de aquellos azuzadores que, por el otro lado, lo único que quieren es demoler nuestra débil institucionalidad. Esperemos que no haya más muertes lamentables.
Debemos aprender a vernos los unos a los otros sin desprecio, de abrazar nuestra multiculturalidad, de escucharnos. Necesitamos hacer cambios reales. Si los peruanos no somos capaces de encontrar el camino común de la peruanidad habremos fracasado como república.
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