Ricardo Palma en su oficina.
Ricardo Palma en su oficina.

Si pensamos en la literatura peruana, un lugar común sería describirla como una literatura de temática grave. “La ciudad y los perros” de Mario Vargas Llosa, “Los ríos profundos” de José María Arguedas o “Redoble por Rancas” de Manuel Scorza son un claro ejemplo de ello. En sus extraordinarias páginas es el humor un gran ausente. Se ha pensado, especialmente en las tradiciones latinas, que el humor es contradictorio con el intelecto. El paradigma del intelectual, sobre todo en el siglo XX, era el de un hombre serio, que siempre hablaba desde un registro casi socrático, que podía pontificar sobre lo humano y lo sagrado. Pensemos en Octavio Paz o, por qué no, en el mismo Mario. Ahora sabemos que, al revés, el sentido del humor está ligado con el intelecto.

Existe, en la literatura peruana, una senda que nos acerca al humor. Si es un buen lector, seguramente estará pensando en Alfredo Bryce Echenique, un autor que ha hecho de la comicidad un sello personal. En obras como “Un mundo para Julius” y “La vida exagerada de Martín Romaña” el humor se revela para mostrar las miserias humanas. Martín Romaña se burla de sí mismo, de su peruanidad, de su clase social. Es gracias al humor que comprendemos mejor las cosas tristes. La obra de Bryce no deja de ser profunda y crítica, a pesar de tener la capacidad de hacer reír al lector. En “Pantaleón y las visitadoras” las páginas se encuentran empapadas de humor. Mario fue capaz, a través de este, de escribir sobre un tema duro: la prostitución y la corrupción en el ejército. De no haber sido por el humor, no se hubiera podido conocer la idiosincrasia de Pantaleón Pantoja.

Pero el humor en la literatura peruana no es un invento de Bryce, aunque muchos lo crean así. Existen dos antecedentes a inicios del siglo XX que podrían ser las obras que inspiraron el estilo del escritor de “La felicidad ja, ja”. El primero de ellos es “Duque” de José Diez Canseco, publicada en 1934. Se trata de la primera novela de temática abiertamente queer en la que la máxima disyuntiva del joven Teddy Cronwnchield es tener que elegir una entre ciento cuarenta corbatas. Las páginas de “Duque” son vertiginosas, divertidas, rápidas. En ellas aparecen anglicismos como “darling”, que utilizó después Bryce. La novela de Diez Canseco también es una aguda crítica a la alta sociedad limeña.

El otro antecedente es “Tradiciones en salsa verde” de Ricardo Palma, aparecida en 1973, pero escrita en 1901. En estos textos, un Palma desconocido, lenguaraz, soez, ácido se hace evidente. En estas tradiciones, nuestro bibliotecario mendigo, alejado de la pose seria y silenciosa, se burla de personajes históricos como Sucre, Bolívar, Castilla, entre otros. El libro es tan altisonante que no es de extrañar que sus hijos, Clemente y Angelica, no hayan publicado el manuscrito después de la muerte del padre. Resulta necesario, especialmente si se es un lector inteligente, explorar la senda del humor en nuestra literatura, que nace con el Quijote, que se reproduce con los poemas satíricos de la ilustración, que se esconde a inicios del siglo XX y que sobrevive a la espera de nuevas voces.