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[OPINIÓN] Paul Montjoy Forti: Capital de la inmundicia
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Los seres humanos somos capaces de adaptarnos a todo. Cuando uno pasa por Chiclayo, no digo caminar, en auto, puede darse cuenta de la crisis sanitaria que lleva sumida la ciudad desde hace décadas. Los cerros de basura se acumulan en las calles, avenidas, entradas y salidas de esta. Los niños juegan entre las bolsas, las ratas y los restos de putrefacción. Uno podría pensar que este retrato es una exageración; sin embargo, no lo es. En sectores como Cruz de la Esperanza los vecinos son capaces de convivir día a día con toneladas de basura, en parte, por la pésima gestión municipal, en parte, por falta de una mejora de hábitos por parte de la misma población.
La avenida Leguía, la principal ruta de conexión con el distrito de José Leonardo Ortiz, también acumula toneladas de basura. La carreta Chiclayo – San José se ha convertido en un vertedero por el que nunca pasa los camiones de basura. La municipalidad ha colocado contenedores en algunas zonas de la ciudad, pero el servicio es tan malo que estos se desbordan de desperdicios. En el mismo centro de Chiclayo, el olor nauseabundo infesta las calles. Por si fuera poco, los vendedores ambulantes se han apoderado de las veredas y la delincuencia hace y deshace a su antojo.
La situación crítica está en Chiclayo y en los distritos aledaños de José Leonardo Ortiz y La Victoria. Si uno va a Pimentel, Monsefú, Lambayeque, encuentra estas ciudades medianamente limpias. El principal problema es que la Municipalidad Provincial de Chiclayo se encuentra en bancarrota porque sus costos operativos son muy altos y esto le impide reformar el sistema de recojo de basura. Se necesita hacer un drástico recorte de personal (que ingresó a la institución por favores políticos). Sumado a esto, está la pésima gestión de la alcaldesa Cubas, que es incapaz de tomar decisiones drásticas cambiar la situación.
Por si fuera poco, a puertas de que comiencen las lluvias este año, Chiclayo no se encuentra preparado para resistir ningún fenómeno climatológico. Los desagües volverán a desbordarse y volverán a poner en riesgo a los vecinos. Pero lo que me llama la atención es incapacidad de los chiclayanos de alzar la voz y protestar por el deplorable estado de la ciudad, que pierde potencial de desarrollo en comparación con Piura y Trujillo. Es necesario hacer un llamado a las autoridades para cambiar, de una buena vez, esta situación. Si Chiclayo antes era conocida como la capital de la amistad, hoy lo es de la inmundicia.
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