(Foto: archivo GEC)
(Foto: archivo GEC)

La renuncia del ministro de Defensa, Walter Ayala, pone fin a la crisis generada por los ascensos en el Ejército y la Fuerza Aérea, pero representa solo un momento de calma dentro de las tormentas que se viven en el gobierno y que buscan la salida de Mirtha Vásquez del gabinete.

La renuncia de Ayala es una victoria de Vásquez, pero ha sido solo una de las tantas batallas que todavía le quedan por librar dentro de su propia casa. La Premier llegó al gobierno como la llave para buscar consensos con la oposición y darle gobernabilidad al país, pero ha descubierto que la primera y más complicada tarea es darle gobernabilidad a su propio gabinete.

La presión de Perú Libre y Vladimir Cerrón para forzar la salida de Vásquez es grande. El gobierno ventila sus pugnas internas en público y sin rubor alguno. Vásquez no es ajena a ello. Busca demostrar autoridad mandando cartas a sus ministros chúcaros, pidiendo explicaciones también públicamente. Algunos la pechan con respuestas de bravucón de esquina. Sienten que tienen más poder que la propia Premier y que su respaldo viene de un escalón más arriba.

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Vásquez no acompañó al Presidente Castillo a Ayacucho por los 100 días de gobierno. Era una forma de ponerle cara larga al mandatario y recién reapareció en público cuatro días después en el Callao. Ahora la mascarilla es también una forma de esconder estados de ánimo y distanciamientos políticos.

Quizá sea premonitoria la frase que el propio Ayala le lanzó a Vásquez antes de renunciar. “Si ella está incómoda, las puertas siempre están abiertas”. Él terminó yéndose, pero es verdad que Vásquez está muy incómoda y sabe que lo ganado como presidenta del Congreso lo puede perder en pocas semanas como Premier.

Mientras el Presidente juega a ser un espectador más de la crisis, Mirtha Vásquez está en un laberinto en el que, todo indica, solo le queda encontrar la puerta de salida.

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