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[OPINIÓN] Martín Naranjo: “Microculturas digitales”
“La geografía ya no es un factor limitante y las disonancias cognitivas se resuelven con facilidad cuando el sesgo de confirmación se retroalimenta”.
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Una de las cosas que más valoro de mi experiencia en microfinanzas fue la oportunidad que tuve de recorrer el Perú entero, de conversar con los equipos de trabajo y visitar a muchos clientes a lo largo y ancho del país. Gracias a ello, pude comprender con rapidez la importancia del entendimiento cultural profundo y del respeto a la localía. La cultura es una fuerza increíblemente poderosa para dar forma a nuestra manera de ver las cosas y procesar nuestra experiencia.
Hasta ahora, como en muchas otras partes, nuestra diversidad cultural ha estado intrínsecamente ligada a factores geográficos, moldeada por el entorno y los recursos locales. Sin embargo, en la actualidad, vivimos un cambio muy interesante con la creación de microculturas en redes sociales, impulsadas ya no por la geografía, sino por algoritmos de recomendación y de asignación de contenidos digitales.
Si antes las comunidades se formaban en respuesta al espacio geográfico, influyendo sobre las costumbres y las formas de vida, hoy las redes sociales actúan como un filtro en el que los algoritmos se convierten en los nuevos determinantes culturales. Estos algoritmos, diseñados para ser adictivos, para retener la atención y maximizar la interacción de cada individuo, favorecen la creación de compartimentos estancos y generan microculturas fragmentadas y polarizadas que amplifican nuestros prejuicios y nuestras brechas.
La geografía ya no es un factor limitante y las disonancias cognitivas se resuelven con facilidad cuando el sesgo de confirmación se retroalimenta. Es decir, terminamos en una burbuja de información creada por la interacción permanente con contenidos que confirman nuestras creencias. Si antes se compartían información y opinión principalmente a través de medios masivos, hoy ya no podemos decir lo mismo con la misma seguridad. Las redes sociales son cada vez más determinantes. A la localía cultural definida en el espacio geográfico se le superponen múltiples localías digitales. La inteligencia artificial nos abre también nuevos problemas de comprobación de hechos. Es de esperar que la polarización siga en aumento.
A ello hay que sumar la manera en que las redes sociales e Internet en general están moldeando nuestras formas de pensamiento: el modo en que empleamos estas nuevas tecnologías favorece ampliamente una menor capacidad de concentración continua y de elaboración de pensamientos complejos. Todo ello favorece la difusión de pensamientos simplistas que no requieren mayor capacidad de análisis.
Frente a estas nuevas realidades, el pensamiento crítico es la mejor base para formar nuestro criterio, verificar datos y fuentes y, por lo tanto, para evaluar la validez de la información que consumimos y compartimos. En consecuencia, desarrollar el pensamiento crítico se hace cada vez más imprescindible; lamentablemente, y por las mismas razones, el pensamiento crítico es también cada vez más escaso.
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