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[OPINIÓN] Jaime Bedoya: El Rolex al que le regalaron una presidenta
“El reloj presidencial peruano debería ser el Miray más cómodo disponible. Hay uno con alarma a S/19.90. Sería un equivalente al susurro de ‘eres mortal’ que se les decía al oído a los emperadores romanos”.
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Desde hace poco, la señora presidenta deja ver en su muñeca un Apple Watch. No es un reloj carísimo, pero tampoco es barato. Viene a ser un intento tecnológico de control de daños. Sus resultados han sido básicamente inútiles.
Algunas de las prestaciones digitales del reloj Apple están relacionadas con la salud y el bienestar. El modelo que lleva la señora presidenta parece un Ultra, mide el oxígeno en la sangre, monitorea la frecuencia cardíaca y advierte sobre episodios de estrés.
Si en efecto la señora Boluarte usa ese reloj siempre, y no solo ante cámaras, los sensores de tensión de ese aparato deben registrar un sobrecalentamiento jamás previsto en la base de Apple en Cupertino, California.
La señora presidenta, fácil presa de la suspensión del buen juicio que acecha a aquellos en el poder, ha hecho de un capricho el motivo por el cual podría haber incurrido en un abanico de delitos según sea la historia real del reloj, una lista revolvente que se repasa a diario en los medios como si se tratara del clima. El nervio del asunto es que no puede explicar cómo se lo compró.
Si fuera una peatona más, a nadie le importaría. Siendo una funcionaria pública, la primera de todas, está en problemas. Así como el expremier Otárola no podía estar administrando su autosatisfacción con nuestros impuestos, la señora presidenta tampoco debería estar comprándose bienes suntuosos con lo que mansamente tributamos a la SUNAT.
Hay, además, una chirriante contradicción. La señora presidenta, cuando era candidata y luego acompañante musical del señor Castillo, tenía como diferencial ideológico un discurso populista contrario al capitalismo y al consumismo. Era la demagogia de siempre, que varios deglutieron como nunca.
Esa incongruencia encierra un inmenso talón de Aquiles político: la mentira del funcionario público está hecha del material con que se sustenta esa inexactitud peruana multiuso que es la incapacidad moral permanente. La Diroes va a necesitar una ampliación.
Quienes argumentan que esto es una pérdida de tiempo están en lo cierto. Es una pérdida de tiempo que se origina cuando la presidenta del Perú, país acorralado por la anemia, la delincuencia y la corrupción, entiende que el ejercicio de la función pública es el momento más oportuno para darse gustitos. Ahí nace el huevo, el resto es gallina.
Un Rolex es una pieza de ingeniería suiza admirable, ajena al folclor político nacional, donde los presidentes entran solos a la cárcel, con o sin reloj. Muchos presidentes lo han usado antes que Boluarte. Cuando Lyndon B. Johnson juramentó como presidente de los EE.UU. a bordo del mismo avión que llevaba el cadáver de John Kennedy, se estrenó en el cargo luciendo un imponente Rolex de oro, modelo que desde entonces se ganó el apodo de Rolex Presidencial. Trump usaba uno. Hasta Tony Soprano, el entrañable líder de una organización criminal que en el Perú sería presidenciable, llevaba uno en la serie.
El reloj presidencial peruano debería ser el Miray más cómodo disponible. Hay uno con alarma a S/19.90. Por mandato constitucional, el elegido no se lo podría quitar hasta acabado su mandato. Sería un equivalente al susurro de “eres mortal” que se les decía al oído a los emperadores romanos para que no se creyeran dioses: el tiempo no tiene dueño; ergo, los relojes tampoco. Cortázar lo describió en esa pieza precisa que se llama Instrucciones para dar cuerda al reloj:
Piensa en esto: cuando te regalan un reloj te regalan un pequeño infierno florido, una cadena de rosas, un calabozo de aire. No te dan solamente un reloj, que los cumplas muy felices, y esperamos que te dure porque es de buena marca, suizo con áncora de rubíes; no te regalan solamente ese menudo picapedrero que te atarás a la muñeca y pasearás contigo. Te regalan -no lo saben, lo terrible es que no lo saben-, te regalan un nuevo pedazo frágil y precario de ti mismo, algo que es tuyo, pero no es tu cuerpo, que hay que atar a tu cuerpo con su correa como un bracito desesperado colgándose de tu muñeca (…). Te regalan el miedo de perderlo, de que te lo roben, de que se caiga al suelo y se rompa. Te regalan su marca, y la seguridad de que es una marca mejor que las otras, te regalan la tendencia a comparar tu reloj con los demás relojes. No te regalan un reloj, tú eres el regalado, a ti te ofrecen para el cumpleaños del reloj.
No es improbable que la señora presidenta esté usando su Rolex por las noches, para dormir. O, al revés, que sea el Rolex el que usa a su presidenta solo cuando nadie los ve.
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