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[Opinión] Jaime Bayly: El suicidio del actor
“Esa fue la última vez que se vieron en persona el actor y el escritor. Han pasado veinticinco años desde entonces”.
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Dos meses después de salir del clóset en un programa de televisión de alta audiencia, el actor, con apenas cincuenta y cuatro años, se ha quitado la vida, saltando de madrugada, desde un piso muy alto, al súbito espanto de la muerte.
Al salir del armario en la televisión, el actor dijo que se sentía libre y feliz, emancipado de angustias y tormentos sobre su identidad sexual (“soy una persona sin ningún rollo”, mencionó). También dijo que tenía un novio (“tengo amor en exceso y del mejor”, se animó a decir). Reveló, además, que su hija de veintidós años sabía que él era gay (“sabe que soy gay desde que tenía seis años”, precisó).
Unos días después, concedió otras entrevistas en televisión, algo desusado en él, que había sido reservado para hablar de su vida privada, y dio varios conciertos, ante un público numeroso que lo admiraba por su talento, su carisma y su belleza.
Todo hacía presagiar entonces que el actor había inaugurado una etapa libre y feliz de su vida, en la que ya no tendría miedo de decirle a la prensa que era gay y en la que reanudaría su carrera como músico de indudable talento.
Sin embargo, decidió interrumpir bruscamente su vida.
¿Por qué se suicidó el actor? ¿Le resultó insoportable salir del armario, confesar en público que era gay, enfrentar unas turbulencias mediáticas a las que estaba desacostumbrado? ¿Se arrepintió de haberlo hecho, o de haberlo hecho de esa manera, en aquel programa? ¿Se torturó pensando que habría sido mejor preservar el perfil bajo y, por tanto, decir yo no hablo en público de mis intimidades, como le había dicho a la prensa durante décadas?
Alguna gente culpa al escritor del suicidio del actor.
Al salir del clóset en ese programa de alta audiencia, el actor eligió atacar al escritor. Dijo que el escritor estaba gordo, hinchado, panzón; dijo que el escritor se había aburguesado; dijo que el escritor ya no era el abanderado de la causa gay; dijo que el escritor lo había mortificado toda su vida, lo había expuesto y violentado, lo había sacado a las bravas del clóset, le había opacado la carrera. Quedó claro entonces que el actor detestaba al escritor. Pudo salir del clóset sin atacarlo. Eligió atacarlo. Al hacerlo, reconoció lo que había negado durante décadas: que había sido amante del escritor.
En efecto, el actor y el escritor fueron amantes hace más de treinta años, cuando ambos eran ya famosos, cuando tenían novias, cuando estaban tratando de ser felices con ellas, amansando o domando a la bestia salvaje del deseo.
Cuatro años después, el escritor publicó una novela autobiográfica, recreando los grandes conflictos de su vida: su padre pistolero y homofóbico; su madre beata y homofóbica; la severa riña moral entre su educación religiosa y sus deseos eróticos soterrados; sus primeras exploraciones sexuales con un compañero del colegio, un futbolista, una novia, un actor. No era entonces una novela sobre ese actor que se ha quitado la vida, ni contra ese actor en particular. Era una novela sobre la vida atormentada del escritor, o contra la reputación heterosexual del escritor, o contra los padres del escritor, o contra el país inhabitable del escritor. De hecho, cuando salió aquella novela, la prensa seria y la prensa acanallada se permitieron la grosera transgresión de decir que el escritor, o sea el autor de la novela, se había acostado con tales y cuales futbolistas, con tales y cuales actores, con tales y cuales compañeros del colegio, dando nombres y apellidos, publicando sus fotos.
Pocos meses después de que aquella novela fuese publicada, el actor que ahora se ha suicidado fue al programa de televisión del escritor y le dijo que había leído la novela; que le había parecido una novela adolescente, en el buen sentido; que le había gustado la novela. Es decir, que el actor no estaba molesto con el escritor, o no todavía, y no odiaba al escritor, o no todavía. No es menos cierto que ese actor, como otros actores, tuvo que resignarse a que cierta prensa sembrase la duda de que acaso había sido amante del escritor. En cualquier caso, no era una duda o una sospecha que parecía torturarlo en aquel momento. Por eso fue al programa del escritor y dijo que le había gustado la novela.
El actor continuó su exitosa carrera en el teatro, el cine, la televisión. El escritor siguió publicando novelas. En teoría, no eran enemigos, o no lo parecían. El actor se casó con una mujer que le dio una hija. El escritor se casó con una mujer que le dio dos hijas.
Tres años después del primer escándalo que los enfrentó, el actor visitó nuevamente el programa del escritor, un espacio que ahora tenía difusión internacional. El actor y su esposa, invitados por el escritor, viajaron a la ciudad donde el escritor emitía su programa. El escritor conoció a la esposa del actor y la saludó con cariño. La entrevista fue tranquila, amable, sin rencores ni reproches. Terminada la grabación, el escritor los invitó a cenar. El actor y su esposa declinaron. El escritor sintió que el actor ya no lo quería.
Esa fue la última vez que se vieron en persona el actor y el escritor. Han pasado veinticinco años desde entonces. Ahora el actor se ha retirado del gran teatro de la vida.
¿Por qué el actor le dijo al escritor que su primera novela le había gustado el año mismo en que fue publicada y tantos años después lo criticó amargamente, acusándolo de haberlo traicionado en aquella ficción, de haberlo sacado del clóset contra su voluntad? ¿Por qué cambió de opinión tan radicalmente? ¿Por qué, tres años después de publicada esa novela, el actor volvió a darle una entrevista cordial al escritor, dejando entrever que no lo odiaba, que no se sentía traicionado? ¿Por qué tantos años después, en vísperas de morir, el actor vapuleó al escritor, hizo escarnio de su apariencia física, lo acusó de traidor y dijo que el amor entre ambos había sido corto, fallido e irrelevante? ¿Fue en efecto una traición que el escritor publicase una novela en la cual su alter ego Joaquín Camino se acostaba con un actor llamado Gonzalo Guzmán? ¿Tenía derecho artístico, ético y legal el escritor para permitirse esa licencia en la ficción, describiendo los amores furtivos entre un periodista y un actor?
El escritor piensa que ejerció plenamente su libertad artística, creativa y personal, escribiendo aquella novela y saliendo del clóset tan pronto como la publicó. Al mismo tiempo, piensa que el actor ejerció plenamente su libertad individual, negándose a salir del armario, a reconocer que había sido amante del escritor. Ninguno traicionó al otro, piensa el escritor: yo fui leal a mi vocación literaria y elegí salir del clóset; y el actor fue leal a su vocación histriónica y eligió no salir del clóset, pensando que, si lo hacía, arruinaría su carrera como galán de telenovelas.
Recientemente, al salir por fin del armario, el actor parecía contento con su vida personal, familiar y artística. Nada hacía presagiar que se mataría.
Como el escritor publica todas las semanas unas crónicas personales con mínima ambición literaria en un puñado de diarios en español, se permitió escribir en tono risueño un texto en el que celebraba que el actor hubiese salido del armario; lo animaba a cantar canciones personales, traspasadas de sensibilidad gay; lo elogiaba como músico talentoso; y se defendía de las acusaciones vertidas contra él: estás gordo, hinchado, panzón; te has aburguesado; ya no defiendes la causa gay; eres un traidor.
Entonces, como el escritor se defendió en tono satírico de las agrias críticas expresadas por el actor contra él, ahora ciertos admiradores del actor le enrostran que él tiene la culpa de su suicidio, que él lo indujo a matarse, que él lo torturó tan minuciosamente que lo obligó a saltar al súbito espanto de la muerte. Debido a ello, algunos fanáticos del actor le piden al escritor que, en homenaje a la memoria del actor, se mate él también, se suicide tan pronto como sea posible, salte de un piso alto, o se dispare un tiro en la sien, o se ahorque en el clóset de su casa, porque él y solo él, dicen los biempensantes y los malpensados, tiene la culpa de que el actor se haya quitado la vida.
Destruido, mudo de tristeza, el escritor piensa que es injusto y canallesco culparlo a él del suicidio del actor. No piensa quitarse la vida en homenaje a la memoria del actor.
La gran pregunta es, sigue siendo: ¿por qué se mató el actor? ¿Qué angustias lo torturaban antes de arrojarse a la muerte? ¿Estaba enfermo, deprimido, arruinado? ¿Sufría una honda pena de amor, un terrible conflicto familiar? ¿Estaba fatalmente condenado por unos genes suicidas, puesto que su padre se mató cuando él era un joven de diecisiete años? ¿O se quitó la vida, tantos años después, por culpa de la primera novela del escritor, una novela que, cuando salió, dijo que le había gustado? ¿Se suicidó el actor porque una columna satírica del escritor le disgustó tanto? ¿Es razonable pensar que un actor famoso se mataría porque lee una sátira zumbona o una crítica negativa? De ser así, si las sátiras zumbonas o las críticas negativas indujesen a los escarnecidos o zarandeados a interrumpir sus vidas, entonces, piensa el escritor, yo tendría que haberme matado unas cien veces por lo menos. Una persona sana, sin trastornos de salud mental, no se mataría por una sátira, una mala crítica, un escándalo mediático pasajero. Solo se quita la vida quien ya no desea seguir viviendo, quien desprecia o repudia su propia vida, quien percibe el futuro como una pesadilla insoportable de ser vivida.
A las tres de la mañana, minutos antes de saltar al súbito espanto de la muerte, ¿el actor estaba lúcido, sobrio, consciente, en sus cabales? ¿Se encontraba químicamente deprimido, ferozmente enfermo, mal medicado? ¿Se hallaba intoxicado o turbado por alguna sustancia viciosa y autodestructiva, como se encontraba intoxicado el escritor cuando intentó suicidarse con apenas veinte años en un hotel de lujo? ¿Por qué el actor eligió la muerte, cuando su vida parecía llena de felicidades, de triunfos, de promesas?
Destruido, mudo de tristeza, ferozmente culpado por los biempensantes y los malpensados, el escritor piensa: si, en vez de criticarme en esa penúltima entrevista, el actor me hubiese pedido ayuda, yo habría hecho cualquier cosa, cualquier cosa, por salvarle la vida.
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