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[Opinión] Gabriel Ortiz de Zevallos: Floro de mujeres de Mercosur versus 200 peruanas
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Los certificados de reconocimiento del Foro de Mujeres del Mercosur, con visita incluida, se expiden con una velocidad y facilidad asombrosa. Ni googlean. O tal vez la crisis argentina, que según Efe ya resucitó el trueque de alimentos, no permite pagar la cuenta de Internet y eso ha impedido la mínima diligencia debida.
En simultáneo, 200 mujeres peruanas destacadas en sus diferentes campos, que se han hecho a pulso en un país machista, le hacían ver al gobierno y a la opinión pública que las declaraciones a favor de la equidad de género o se materializan en hechos y acciones consecuentes, o son más floro, como el de Mercosur.
Este comunicado, que sigue recogiendo firmas en change.org sí califica como inaceptable que solo haya dos mujeres ministras; que tres ministros tengan denuncias de violencia física, psicológica, acoso y abandono de hogar; y que el primer ministro haya sido acusado de acoso político y tenido expresiones inaceptables sobre la mujer, no solo en el caso de la congresista Chirinos, sino en múltiples casos reproducidos directamente de sus redes sociales.
Permitir que altas autoridades tengan acusaciones de violencia y acoso manda el mensaje a todos los acosadores de que no pasa nada: valida y banaliza el problema de violencia de género que viven las mujeres en el Perú. Todo maestro sabe y repite que se enseña con el ejemplo. Aquí el ejemplo que está dando el presidente Castillo y Perú Libre es que no les importa la violencia contra la mujer si es que el funcionario es de su confianza política. Eso implica banalizar el problema, invisibilizarlo, perpetuarlo.
De las dos frases con que la congresista Chirinos denuncia haber sido agredida, la bestialidad del “solo falta que te violen” ha hecho pasar por agua tibia la primera ofensa, igual de inaceptable: “anda, cásate”. Sintetiza ese rol talla única asignado a la mujer que la encasilla y la hace cargar con más trabajo, menos remuneración, menos oportunidades, etc. Cada mujer es libre de hacer con su vida lo que le nazca de los ovarios, y la sociedad tiene que reconocerle esos derechos en serio, peleando cada día contra cualquiera que se interponga. Eligen si son esposas o madres, no les toca, como tampoco les corresponden las labores domésticas más que a los hombres. Merecen respeto y un ambiente seguro para desarrollarse como ellas quieran, lo que incluye el derecho pleno a gozar de su sexualidad, como mejor les parezca y sin que nadie las juzgue.
Mi hermana mayor, firmante del comunicado, me reclutó al feminismo hace varias décadas. Frustra ver cuánto falta. Las fórmulas de cuotas, paridad o lenguaje inclusivo le hacen cosquillas al machismo, la lucha tiene que ser incesante. Ni en este ni en el anterior Congreso todas las mujeres se unieron frente a casos graves de acoso. Peter Drucker, refiriéndose solo al ámbito empresarial, decía que la cultura se comía a la estrategia de desayuno: en una sociedad eso es todavía más cierto. La cultura cambia cuando la máxima autoridad demuestra con hechos que ese cambio va en serio. Entre las muchas incertidumbres que genera el presidente Castillo, sí existe la certeza de que sabe lo que valen los símbolos.
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