Si Fujimori no se hubiera aliado con Montesinos, podría no haberse presentado a una tercera reelección y tal vez hubiéramos podido elegir a un mejor gobernante que Toledo en 2001, dijo Morris (FOTO: GEC)
Si Fujimori no se hubiera aliado con Montesinos, podría no haberse presentado a una tercera reelección y tal vez hubiéramos podido elegir a un mejor gobernante que Toledo en 2001, dijo Morris (FOTO: GEC)

Todo país tiene circunstancias en su historia que terminan afectando su desempeño. El Perú no ha sido ajeno a esto. En los últimos treinta años hemos enfrentado varios eventos, algunos positivos y otros negativos que nos impactaron fuertemente. Podemos diferir sobre si fueron los más relevantes o si sus efectos nos fueron favorables o desfavorables. Vale discrepar.

Si Alan García no hubiera hecho un pésimo primer gobierno entre 1985 y 1990, el Perú probablemente seguiría bajo la Constitución del 79 o de otra parecida, que no nos habría permitido escapar del estatismo, del bajo crecimiento o de la mediocridad económica e inflación. El habernos llevado al borde del precipicio facilitó la elección de Fujimori y permitió que la sociedad acepte un fuerte ajuste económico e importantes reformas estructurales; y aplauda el autogolpe de 1992 que nos trajo la Constitución del 93, hoy en día criticada por muchos, a pesar de sus múltiples méritos, como su capítulo económico que tanto progreso ha traído.

Por otro lado, si Fujimori no se hubiera aliado con Montesinos, podría no haberse presentado a una tercera reelección y tal vez hubiéramos podido elegir a un mejor gobernante que Toledo en 2001, que hubiera planteado una descentralización más sensata que resultara en un país mejor integrado y gobernado. Otro evento importante ocurrió en 2011 cuando elegimos a Humala, que si bien se le convenció de suavizar su radical programa de izquierda, a partir de su gobierno empezamos a desmontar una serie de reformas de los noventa, comenzando por las laborales y a introducir requerimientos burocráticos y otras políticas que han trabado fuertemente la inversión privada.

Si en 2016 Keiko Fujimori y Fuerza Popular hubieran aprovechado la mayoría congresal que obtuvieron para ayudar a implementar muchas de las reformas requeridas por el país, en vez de dedicarse a torpedear el gobierno de PPK, no habríamos tenido seis presidentes en seis años, tampoco habríamos perdido el tiempo en un absurdo referendo que aprobó una inadecuada reforma política, ni habríamos elegido a un gobernante como Castillo que se dedicó a destruir la frágil institucionalidad del país y a inundar el Estado con gente corrupta o inepta.

Por último, si este no hubiera perpetrado el autogolpe del 7 de diciembre de 2022, el país seguiría sumido en el desgobierno en manos de personas cuyos principales objetivos eran lucrar y destruir las instituciones para entornillarse en el poder. En resumen, hemos tenido suerte después de todo, ya que, sin estar bien, podríamos estar bastante peor. Somos especialistas en elegir mal a nuestros gobernantes, aunque a esto contribuye una clase política que rechaza reformarse y nos ofrece candidatos cada vez más impresentables. ¿Seguimos apostando a que “Dios es peruano” en vez de exigir reformas y elegir mejor a nuestros gobernantes y congresistas? Sin reforma política las perspectivas para la siguiente elección, cuando esta sea, se ven color de hormiga.

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