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[OPINIÓN] Enrique Ghersi: “300 años de libertad”

“En realidad, no hay contradicción alguna porque, como el propio Smith explica, por más egoísta que sea el hombre, actúa siempre interesado en la suerte de los demás”.

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Un día como hoy de 1723 nació en Kirkcaldy, Escocia, el fundador de las ciencias económicas, Adam Smith. Su obra se extendió por los distintos dominios del conocimiento humano: astronomía, lenguaje, moral, derecho y, ciertamente, economía.
Educado en la Universidad de Glasgow y luego en el Balliol College de Oxford, comparte con Michel de Montaigne, otro de los grandes filósofos de todos los tiempos, una muy curiosa y traumática experiencia infantil: fue raptado de niño por desconocidos que lo tuvieron en su poder. Quieren los biógrafos que Montaigne fue entregado por su padre en una suerte de experimento pedagógico a unos campesinos en Burdeos, pero asegura el propio Smith que en su caso fueron unos gitanos quienes se lo llevaron hasta que un tío suyo logró salvarlo. Humilde y discreto, Smith tuvo en 1749 uno de los encuentros más importantes de la historia intelectual, que habría de marcar toda su obra: conoció a David Hume. Nació así entre ellos una imperecedera amistad y que solo terminaría con la muerte de “le bon David” veinticinco años más tarde.
Se ha escrito mucho sobre esta amistad, tal vez una de las más fructíferas de la historia del pensamiento. No cabe duda de la influencia que tuvo Hume en Smith, de su patrocinio y de todo el cariño y respeto que Smith tuvo por él, calificándolo a su muerte como la persona “cuya erudición y virtud se acercaban tanto a la perfección como tal vez permita la fragilidad humana”.
Fue con la “Teoría de los Sentimientos Morales”, publicada en 1759, que Adam Smith alcanzó notoriedad. Un libro claramente influido por Hume, en el que propone las tesis del observador imparcial y del principio de simpatía como fundantes de la moralidad humana. La actitud del observador es la de una persona normal que aprecia su entorno y la conducta de los demás para verse, por el principio de simpatía, reflejado en ella. Aquí la fuerte reverberación humeana. Mientras para los estoicos la “apatía” (el control de los sentimientos) era la clave de la moralidad, para Hume, antes, y luego para Smith, la simpatía (la coordinación de los sentimientos) era la clave.
Los seres humanos nos vemos reflejados en los demás y, al vernos, nos creamos juicios morales que nos permiten desarrollar la civilización.
Aclamada por la crítica, “La Teoría de los Sentimientos Morales” convierte a Smith en un filósofo de primer lugar dentro de la Ilustración escocesa.
Fue también Smith un destacado profesor de Derecho en la Universidad de Glasgow. Aunque nunca dictó propiamente una clase de economía no obstante ser el fundador de la ciencia, en sus “Lecciones de Jurisprudencia” encontramos claramente los conceptos fundamentales de su pensamiento, que, como la división del trabajo, utiliza para explicar lo que podríamos llamar la evolución de la propiedad privada a través de la historia del Derecho. Incluida en su bibliografía, estas “Lecciones de Jurisprudencia”, sin embargo, no son propiamente un libro de Smith, sino los cuadernos de un alumno que tomó nota de las clases del profesor detalladamente y luego fue publicado como obra de Smith. Hay hasta dos versiones, de alumnos diferentes, de los cursos de 1762 y 1763, con algunas diferencias, pero que nos presentan a un Smith erudito en materia de Derecho y cuya lectura es de una modernidad impresionante. Un profesor de Derecho hoy podría dictar clases siguiendo exactamente el mismo syllabus y estaría en plena actualidad.
Su fama definitiva, sin embargo, llega cuando, después de mucho tiempo, publica “Una Investigación Sobre la Naturaleza y Causas de la Riqueza de las Naciones” en 1776, fundador de las ciencias económicas contemporáneas.
Es posible que Smith haya empezado a escribir el libro en 1764, pero demoró más de una década en publicarlo. Es conocida su correspondencia con Hume, que en 1772 le urgía hacerlo de inmediato, pero esto no sucedería hasta marzo de 1776. Smith era minucioso y obsesivo. No quería publicar el libro sin estar absolutamente seguro de lo que estaba haciendo. Hume logró ver publicada la opus magna, pues falleció recién en agosto de ese año.
Aquí explica el funcionamiento del intercambio como un desarrollo del principio de división del trabajo y cómo los seres humanos van desarrollando una capacidad de cooperación a tal punto que, aun sin conocerse y teniendo inclusive propósitos incompatibles, desarrollan una capacidad de colaboración tal que se benefician recíprocamente. A este proceso lo llama mercado, al que describe tal vez inspirado en sus estudios sobre astronomía, como una mano invisible capaz de ordenar la humanidad.
Es célebre la cita en la que Adam Smith dice que “no es por la benevolencia del carnicero, del cervecero o del panadero que podemos contar con nuestra cena, sino por su propio interés”.
Los críticos de Smith han querido derivar precisamente de estos conceptos una contradicción inexistente entre sus dos grandes obras. Werner Sombart acuñó el término “Das Adam Smith Problem” según el cual mientras que en “La Teoría de los Sentimientos Morales” Smith proponía la visión de un hombre altruista como la clave de la moralidad, en “La Riqueza…” presentaba la visión de un hombre egoísta.
En realidad, no hay contradicción alguna porque, como el propio Smith explica, por más egoísta que sea el hombre, actúa siempre interesado en la suerte de los demás. Como ya había dicho Bernard de Mandeville, cómo un hombre al servir su propio interés sirve sin saberlo también el interés de los demás.
Murió en 1790. Enterrado en Canongate, Edimburgo. Su tumba recibe cientos de visitantes cada día.
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