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[OPINIÓN] César Luna Victoria: “Para despedir el pasado”

“En el Perú de este fin de año tenemos otros golpes que derrumban al Estado. Al deterioro del Ejecutivo y del Congreso se suma el de la justicia”.

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Quieto todo el mundo y todo el mundo se quedó quieto. Segundos más tarde, luego de disparos de metralleta, vino la segunda orden, al suelo todo el mundo y todo el mundo se tiró al suelo, menos tres: Adolfo Suárez, Manuel Gutiérrez y Santiago Carrillo. Eran los primeros minutos del golpe contra la democracia española en febrero de 1981. Fracasaría en horas, pero en esos instantes en los que triunfaba, ellos simbolizaban la única resistencia. Tenían historias contrarias: Suárez había prosperado políticamente durante la dictadura de Franco y era uno de sus herederos; Gutiérrez era militar y Carrillo comunista, enemigos a muerte en la guerra civil. Los tres serían odiados por los suyos: Suárez, designado presidente del gobierno por el rey, promovió la Constitución de 1978 que reponía una democracia parecida a la de antes de la guerra, entonces, ¿para qué la habían ganado los franquistas?; Gutiérrez, como vicepresidente del gobierno de Suárez, promovió la modernización de las fuerzas armadas, o sea su neutralidad política, insoportable para quienes habían gobernado 40 años; y Carrillo, secretario general del Partido Comunista (PCE), para su legalización había aceptado la monarquía. Los tres morían políticamente: Suárez había renunciado y aquella tarde del golpe, antes de estar agazapados en sus escaños por la balacera, los diputados estaban eligiendo a su sucesor; Gutiérrez saldría del gobierno con Suárez y sería ninguneado por sus camaradas militares; y el PCE de Carrillo sería un partido menor, a la sombra del PSOE de Felipe González. Pero la democracia española no se explica sin ellos tres. Salieron de la seguridad de sus trincheras, abandonaron ideales que ya no servían y, habiendo sido enemigos, dejaron el pasado para construir juntos una España mejor, pero pagaron el precio de ser llamados traidores (Javier Cercas, Anatomía de un instante).
En el Perú de este fin de año tenemos otros golpes que derrumban al Estado. Al deterioro del Ejecutivo y del Congreso se suma el de la justicia. Empezó con los procuradores y los fiscales anticorrupción: no persiguieron el crimen, sino que utilizaron la culpa del adversario como ventaja política, escarbaron entre sus miserias para sentirse éticamente superiores, filtraron información a la prensa para manchar su honra y, como clímax, lo metieron en la cárcel, sin juicio ni condena, aprovechando la prisión preventiva inventada para perseguir a narcos y terroristas. Por eso forzaron la ley para que todo grupo político pudiese ser una banda criminal y toda irregularidad electoral pudiese ser un lavado de activos. Hasta que, en un péndulo inevitable, los grupos perseguidos recuperaron poder: coparon el Tribunal Constitucional y la Defensoría del Pueblo, podían cambiar la Junta Nacional de Justicia y controlarían el Ministerio Público. Los fiscales de antes serían sustituidos por otros para preparar la venganza. La justicia se convirtió en un campo de ajuste de cuentas, caiga quien caiga. Mientras tanto, con la excusa de luchar contra la delincuencia cotidiana, se modifican las leyes para que los policías puedan detener personas, allanar domicilios e incautar bienes sin presencia fiscal. Esa Policía, como sucedió con la justicia, también puede ser utilizada para perseguir políticamente al adversario. Será la dictadura que hemos permitido por estos 30 años en los que nos hemos odiado tanto. Tenemos un pasado terrible, con crímenes horribles y desigualdades profundas. Para que no se repita hay que desactivar los mecanismos que lo hicieron posible: la corrupción, el desprecio a los derechos y no reconocer la deuda que tenemos con los buenos militares y policías que nos defendieron. Pero no basta, necesitamos un pacto para no utilizar políticamente el pasado, renunciar a nuestros dogmas y aceptar que todos, incluyendo a los enemigos de antes, tendremos lugar en la reconstrucción política. Pareceremos traidores en el corto plazo, pero finalmente la democracia en un Perú mejor se explicará por nuestro esfuerzo. Eso sueño para este 2024.
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