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[OPINIÓN] César Luna Victoria: ¡Mamita, el lobo!
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Francia tiene sus fronteras protegidas por la geografía: el Canal Inglés la separa de Inglaterra; los Pirineos de España; el Mediterráneo de África; los Alpes de Italia y Suiza; y el bosque de Las Ardenas de Bélgica. Pero nada la separa de Alemania; están en medio de una gran llanura. Allí están las provincias de Alsacia y Lorena, codiciadas por patriotismos y yacimientos de hierro. Las provincias fueron de Francia luego de la revolución (1789), pero las pierde en la guerra con Prusia (1871). En la Primera Guerra Mundial (1914), Francia cruza la frontera para recuperarlas. Alemania resiste, atraviesa Bélgica para envolver al Ejército francés, pasando por Las Ardenas, que no fueron un obstáculo mayor. Habría ganado si no se entrampa en la guerra de trincheras. Francia recupera las provincias y, para evitar otra invasión, construye defensas fortificadas a lo largo de la frontera con Alemania (la Línea Maginot). Cuando estalla la Segunda Guerra Mundial (1940), Alemania vuelve a cruzar Bélgica, pero esta vez sí llega a envolver al ejército aliado (Francia y Reino Unido), que huye a Dunkerque. La Línea Maginot fue inútil, no protegía la frontera con Bélgica, pensaban que Alemania no la podía invadir porque se había declarado neutral. No aprendieron; Alemania no llega a Francia cruzando la frontera, sino atravesando Bélgica. Les costó caro.
Mientras tanto, aquí ya empezamos temporada electoral y vamos acumulando miedos según el candidato que vaya adelante. Sin embargo, salga quien salga, de derecha o de izquierda, será populista. Historia: la expropiación sin pago de empresas durante la Reforma Agraria que destruyó la agricultura costeña (Velasco 1969); el préstamo cero intereses en medio de la hiperinflación que destruyó el Banco Agrario (García 1987); la liberación de transporte que produjo las combis que impiden un transporte público eficiente (Fujimori 1992); la transferencia de recursos a regiones y municipalidades sin capacidad de inversión (Toledo 2002, García 2007); la construcción de la Planta de Talara para refinar petróleo que no tenemos, que genera pérdidas y vetusta en un mundo que lo sustituye por energías renovables (Ollanta 2012); y las autorizaciones para retiros de AFPs, que destruyeron valor a los fondos de pensiones (Congreso 2021 y 2022). Para cada caso hubo razones económicas, pero eran aparentes, se sabía que serían un derroche. El populismo más perverso ha sido el desmontaje de la reforma educativa promovida por Salas 2013, Saavedra 2014 y Martens 2016. Con esa reforma nuestros hijos habrían tenido mejor educación, seríamos más competitivos, desarrollaríamos actividades de mayor valor agregado y reduciríamos la pobreza con mejores empleos. Había que profesionalizar a los maestros, pero, en lugar de dar plazas por mérito, repusimos a los maestros que habían sido jalados en los exámenes (Congreso 2023). Claudicamos y el precio ha sido que nuestros hijos no comprendan lo que leen ni razonen en matemáticas.
Moraleja: el populista no busca eficiencia de gobierno, sino complacer para aumentar caudal electoral, con el que construye un pueblo que lo sustenta, adicto a más populismo, hasta que llegan las vacas flacas. Caído un populista, el problema es que lo sustituimos por otro. El populismo no tiene ideología, ni plan de gobierno, ni partido político. Es un estilo de vivir de la política, basta un líder carismático (“Amado Líder”, Diego Fonseca). Lo grave es que nuestra demanda también es populista: el 70% de la población subsiste precariamente en la informalidad, donde manda la necesidad, a la que importa poco la calidad moral del amado líder y, aunque el país y su economía se vayan al diablo, lo que quieren es el regalo del corto plazo. Si asustan algunos candidatos, que asusten más los mesías que siguen ofreciendo pan y circo, en lugar de soluciones reales. El verdadero enemigo no es el outsider de moda, sino el populismo que destruye democracia y economía, y trae dictadura, no ataca de frente cruzando frontera, nos envuelve en promesas irrealizables.
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