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[OPINIÓN] César Luna Victoria: “Lo que el viento se llevó, lo que viento trajo”
“No es un partido de fútbol para resolver el empate y que uno gane y el otro pierda. Es una sociedad de a dos que tenemos que aprender a convivir”.
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Hablando se entiende la gente, pensó la presidenta. El servicio de inteligencia había identificado a los cabecillas de las primeras violencias. Se les iba a detener, en flagrancia, por delitos contra la propiedad pública (aeropuertos, locales de la Fiscalía, comisarías) y contra las libertades individuales (bloqueo de carreteras, secuestros) o por terrorismo si la violencia aumentaba. No eran líderes sociales ni políticos y los reclamos populares (liberen a Castillo, cierren el Congreso, adelanto de elecciones con Asamblea Constituyente) les importaban poco. Eran mineros ilegales o narcotraficantes, o sea, criminales cometiendo más actos criminales. Pero el diálogo político es la voz. Así que no detengan a nadie, ordenó, llámenlos. Nadie contestó el teléfono, no había nada que negociar, compañera. Era domingo por la noche y habían muerto dos jóvenes. La presidenta titubeó. Esta semana han muerto 18 personas más (hasta el cierre de esta edición).
Sin embargo, el diálogo suele ser eficaz, pero en la etapa final, cuando las diferencias se han reducido y existe confianza. Ocurre en las vidas amorosas, en los negocios y también en la política. Entonces, el arte de negociar empieza por reducir las diferencias, que no se logra gritando a la bruta ni seduciendo con regateos. Lo primero es conocer quién es la otra parte. En nuestro caso, no son los criminales que alientan destrozos. Son quienes salen a protestar. Hay que entenderlos para interpretar mejor qué quieren. Por ejemplo, están pidiendo adelanto de elecciones. También lo pidieron en julio Francisco Sagasti y el colectivo Consenso Ciudadano. Parece lo mismo, pero le aseguro que no lo es. Sagasti lo pidió por la falta de gestión pública y porque, encima, había evidencias criminales (corrupción) tanto en el Ejecutivo como en el Congreso. No obstante, ese adelanto de elecciones podía tener su tiempo porque, en el entretanto, se mantenía el empate político. Empate porque el país se encuentra dividido en mitades iguales y hace tres elecciones que se gana por un puñado de votos. Pero ahora, vacado y detenido Castillo, el empate se ha roto y el adelanto cobra una urgencia que no tenía antes.
La fotografía de la mitad que siente que ha perdido su poder es esta: pobre, de los grupos D y E, rural, con empleos informales o sin empleo y ha sufrido duelos acumulados que no ha llorado del todo: la mayor muerte del mundo por pandemia y un incremento de pobreza. Esta mitad será más vulnerable frente a la crisis alimentaria y a los estragos de un Niño que se anuncian para el verano. Esa mitad se ilusionó con Castillo y, de la noche a la mañana, ya no lo tiene. Claro que es culpa de Castillo, pero esa razón no sirve. La otra mitad ha agregado a su fotografía la frustración por perder la esperanza por un futuro mejor. Por eso la rabia. Entonces, adelantar las elecciones no basta. En verdad, el adelanto es un medio. Detrás hay muchos reclamos más.
El problema es que no hablamos el mismo idioma. Para empezar, se alimentan de una economía informal. Por eso les tiene sin cuidado que las protestas generen pérdidas económicas a la economía formal, porque no viven de ella en lo inmediato. Tampoco les cuesta mucho desobedecer a las autoridades, porque son de un Estado que, históricamente, no les ha dado nada. ¿Cómo hablar en estos lenguajes tan distintos? Pues construyendo confianza, reconociendo que son el otro 50% del país y que tienen tanto derecho como nosotros. No es un partido de fútbol para resolver el empate y que uno gane y el otro pierda. Es una sociedad de a dos que tenemos que aprender a convivir, para bienestar de las dos partes. No es una opinión, son los hechos.
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