[OPINIÓN] César Luna Victoria: “La bella y la bestia” (Ilustración: Midjourney / Perú21)
[OPINIÓN] César Luna Victoria: “La bella y la bestia” (Ilustración: Midjourney / Perú21)

El Ejército alemán desfiló dos veces durante la Segunda Guerra Mundial, una en París en junio de 1940 y otra en Moscú en julio de 1944. La primera fue por la victoria contra Francia, la segunda por la derrota contra la Unión Soviética. Para el de París, Hitler llegó y, como cualquier turista, paseó por iglesias, monumentos y la tumba de Napoleón. Imaginó construir Germania, una ciudad que fuese 100 veces más bella. Al final, obligó a los franceses a firmar su rendición en el mismo vagón en el que, años antes, los alemanes habían tenido que firmar la suya en la Primera Guerra Mundial. Para el de Moscú, Stalin concentró a prisioneros alemanes en los estadios de fútbol. Les dieron agua para beber, pero no para lavarse, debían desfilar sucios y andrajosos desde sus prisiones hasta las estaciones del ferrocarril. De ahí los llevarían a trabajos forzados para reconstruir ciudades destrozadas y para morir de frío, hambre, enfermedades o pena. ¿En qué se parecieron estos desfiles? En la reacción, los citadinos veían a sus enemigos por sus calles cotidianas y lloraban porque la emoción era enorme, unos de impotencia por la ocupación, otros de duelo, porque la victoria no devuelve tanto muerto. Pero ninguna agresión fue lanzada contra los alemanes en desfile, fuese el de la victoria o el de la derrota. Frente a las dictaduras que explotan las miserias humanas, sea la fascista o la comunista, la gente común prefería la paz de la democracia.

Nosotros, durante los años ochenta del siglo pasado, también vimos desfilar nuestras miserias. El terrorismo y la hiperinflación nos llevaron a límites como los que otras gentes habían sufrido en guerras. De esos padres monstruosos, como en la mitología griega, nació una bebé hermosa, la Constitución de 1993. Ofrecía nuevos paradigmas en economía (un mercado libre a la iniciativa privada) y en política (regionalización). Algunas cosas funcionaron muy bien, como la estabilidad monetaria, la disciplina fiscal o el crecimiento por iniciativa privada. Pero en otras fuimos un fracaso. En economía no logramos armar un mercado de libre competencia. Lava Jato y el Club de la Construcción son el símbolo de cómo algunos empresarios prefirieron corromper al Estado para hacer negocios. La cruda realidad es que hoy gran parte de nuestra economía no solo es informal sino también criminal. En gestión pública tampoco nos fue bien. Con las excepciones de las islas de eficiencia (BCR, MEF, SBS, Sunat), a la función pública no llegaron los mejores, sino los allegados. Corolario: tenemos la moneda más estable de la región y, al mismo tiempo, la peor educación. El COVID desnudó totalmente la incapacidad del Estado de asegurar un mínimo de condiciones de salud. Por último, cuando la libertad permitió que cada uno plantease sus intereses, no supimos conciliarlos, y así la minería, el motor de la economía, se llenó de batallas por el agua contra los agrarios o por la distribución de beneficios contra las comunidades. La letra de la Constitución daba para que todo funcione, pero nosotros no estuvimos preparados.

Treinta años después, el problema es que, en lugar de regresar a los paradigmas de la Constitución de 1993 para, esta vez, hacer bien lo que hicimos mal o lo que dejamos de hacer, estamos caminando hacia desgracias mayores. En el horizonte no veo un mercado de libre competencia, sino más mercantilismo; no veo eficiencia en la gestión pública, sino populismo para aquietar protestas; no veo política de la buena, sino un poder capturado para satisfacer interés privados; no veo la serenidad del largo tiempo para plantar soluciones a nuestras deficiencias y desigualdades, sino el desorden atropellado de resolver las cosas como vienen. Tenemos la amenaza de dos nuevos monstruos. El primero es que andamos distanciados y, sin entendernos, no vamos a ningún sitio. Necesitamos líderes puente, cuya tarea sea conectarnos. Si no conectamos pronto, si no conciliamos intereses, el poder será del que grite más y tendremos un gobierno autoritario. La dictadura es el segundo monstruo.

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Yvan Montoya