Foto: Archivo /GEC
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La paz con Ecuador se firmó en octubre de 1998. La versión oficial cuenta que los países garantes promovieron diálogos y presionaron el acuerdo final. Pero todo empezó en la Escuela de Derecho de la Universidad de Harvard. En abril de 1995, a dos meses de terminar la guerra, Roger Fisher, autor del best seller Obtenga el Sí, el arte de negociar sin ceder, reunió a un grupo selecto de peruanos y ecuatorianos para un primer ensayo de negociación. A la primera sesión llegaron las delegaciones con material para debatir. Fisher les llamó la atención: “…ustedes han discutido 200 años teniendo al frente mapas y tratados y no se han puesto de acuerdo”.

Cambió la metodología. Cada uno debía presentar la vida privada de alguien de la otra nacionalidad. Así dejaron de ser desconocidos. Luego debían contar cómo se sentían. Así espantaron miedos y prejuicios. Durante un par de días se mezclaron en grupos que competían por vender petróleo al mismo Fisher. Así desarrollaron juntos habilidades de negociación. El último día apagó la luz, puso música de relajación, aflojaron corbatas y les pidió que imaginaran proyectos de desarrollo conjunto. Del cierre de la frontera, la causa del conflicto, ni se habló. Primero los participantes se conocieron y descubrieron intereses comunes. Así nació la confianza que hizo posible encontrar soluciones en la negociación real. Lo relata nuestro canciller, Fernando de Trazegnies, en sus memorias Testigo presencial.

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Ahora las elecciones han mostrado un país dividido. Lo que une a cada parte no es un proyecto sino el odio a la otra. Mirado en detalle, el país es un mundo de conflictos locales mapeados por la Defensoría del Pueblo. Cada conflicto revela la rabia de la gente porque el canon regional no llega a tiempo por exigencias, negligencias o corrupción. Entonces se resuelven como se puede, con lo que haya de presupuesto.

Alberto Vergara dice, por eso, que no somos un país sino un conglomerado de tribus. Este es nuestro problema mayor, porque no nos podemos permitir que los conflictos escalen a niveles de violencia extrema o, tanto mejor, porque corresponde aliviar y, cuando se recupere, distribuir prosperidad. Habrá que hacerlo en medio de crisis sanitarias, con muy escasos recursos fiscales y con una perspectiva de nación. No hay nada más urgente. En ese camino, lo primero es conocer al otro y ganar su confianza, sin eso no habrá solución duradera a los intereses concretos. Empatía le dicen los poetas, pero ese es el arte de negociar y, esta vez, de hacer política.

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