Foto: Andina
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Daniel Villalobos vivía en uno de los barrios pobres de Buenos Aires. Una mañana, Perón y Evita se aparecieron por la escuela y le regalaron una bicicleta. A sus padres les regalaron pan dulce y una botella de sidra. Eso les cambió la vida. Con el pan dulce, la sidra y los retratos de Perón y Evita hicieron un altar en la sala. Luego Daniel cambió su nombre a Justicialista, en honor al partido de Perón. Justicialista fue bisnieto, nieto e hijo y ahora es padre y abuelo de peronistas. Desde 1946 el peronismo ha colocado a 10 presidentes en la Argentina. Por gente como los Villalobos se llegó a decir que se vota por los justicialistas porque Perón regaló un triciclo al abuelo.

En nuestra patria Manuel Odría intentó hacer lo mismo. Con su esposa María Delgado repartieron regalos e inauguraron los primeros edificios de viviendas, escuelas, ministerios y hospitales. Su partido político no prosperó, pero sembraron esa predilección por recibir gratis recursos del Estado. Ahora el asunto se ha sofisticado, porque solo se ofrecen promesas a sabiendas de que no se van a poder cumplir, unas por descabelladas y las demás por falta de presupuesto. Eso es muy grave porque no hay fraude electoral más perverso que la promesa incumplida. Eso genera frustraciones y estas conflictos sociales.

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Entonces nuestro problema no es quién ganará las elecciones, sino cómo vamos a resolver los conflictos por los incumplimientos y cómo vamos a administrar los escasos recursos fiscales. No olvidemos que somos animales de manada y que, dentro de ellas, los intereses individuales tienen que ajustarse a los intereses colectivos que son los que nos aseguran la sobrevivencia. La epidemia nos lo hizo ver muy claro. Pero, a diferencia de otras, en nuestra manada los intereses colectivos no los fija el instinto, ni un macho alfa, ni una hembra beta. Los fijamos entre todos. Tendremos que aprender a ponernos de acuerdo.

Epílogo: decepcionado de la política, Justicialista se vuelve a llamar Daniel. Ha devuelto la bicicleta, el pan dulce y la sidra. Lo hace, simbólicamente, porque ha decidido que su futuro, el que le quede, lo va a construir él mismo. Gran paradoja la de la política. Su decepción trae la semilla de su reconstrucción, porque al obligar a que cada quien se preocupe por su interés dentro de la manada, obliga también a que veamos los intereses de todos. Al fin de cuentas, de esto trata la república que queremos ser. Este domingo las elecciones pueden ser una fiesta si, como Daniel, recuperamos ese interés y nuestra dignidad.

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