Hace miles de años, cuando no había dioses verdaderos, ni religiones, ni liturgias; cuando los dioses vivían entre nosotros como montañas, ríos y mares; cuando eran más generosos porque desde sus adentros nos regalaban frutos y peces; en esos tiempos tempranos descubrimos que, después del frío y del hambre del invierno, venía la primavera. Las primeras fiestas fueron por volver a tener calor y qué comer y las llamamos pascua. Luego vendrían las liberaciones del pueblo judío, el bíblico saliendo de Egipto y el histórico saliendo de Babilonia, y hubo fiestas que también llamaron pascua y las hicieron coincidir con la fiesta antigua. Luego vinimos los cristianos y nos crucificaron a Jesús en medio de la pascua. Así que, al tercer día de la última cena, cuando empezamos a dar credo de que había resucitado, también lo llamamos pascua, que significa ir de lo peor a lo mejor; por eso se celebra entre invierno y primavera. Pero eso es allá en el norte, donde la historia se escribe. Aquí, en el sur, al repetirla, la celebramos entre el verano y el otoño. Así sea.