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[Opinión] Camilo Torres: Su voz existe
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Alarmado por las deformaciones que sufrían los clásicos, Confucio (Kung) se dedicó a editar y establecer esos textos canónicos. Corrían los primeros años del siglo V antes de Jesús de Nazaret. Por entonces Esquilo añadía el diálogo en el teatro para celebrar la nueva forma de vivir inventada en Atenas: la democracia. Los cinco libros (ching) preservados por Kung fueron el Shi Ching (Libro de las odas), el I Ching (Libro de las mutaciones, el oráculo más antiguo conservado), el Shu Ching (Clásico de la historia), el Li Ching (Libro de los ritos) y los Anales de Primavera y Otoño (registro histórico desde el siglo VIII). El sexto volumen, el Libro de la música, está irremediablemente perdido. Pero Kung, maestro oral, no se preocupó por registrar sus propias enseñanzas. Hoy leemos las notas de sus discípulos, principalmente en Las Analectas.
¿Por qué un sabio que valoraba el poder de la palabra escrita renunció a usarla para extender su voz? Acaso porque sabía que la voz es irrepetible y el pincel no podía dibujar ideogramas que la transmitieran. Acaso prefirió que su doctrina nos llegara por medio de lo que habían comprendido sus primeros oyentes. Leemos: “Él dijo: ‘Transmitir y no escribir, cumplir la palabra y amar lo antiguo’”. Tal vez para rescatar esa presencia Ezra Pound, en su traducción inglesa, recurre a varias lenguas y violenta la gramática: “Cuando cenaba en su casa era afable, con una sonrisa-sonrisa”. Distinta e igualmente admirable es la versión de Arthur Waley.
Las preocupaciones cardinales de Kung Fu Tse fueron la ética y la política, y no le importó la religión. Pound observa que fue, quizá, el primero que se opuso a la pena de muerte. Consideró que nadie debía inferirle a otro lo que no quería que le hicieran a él (“regla de oro”) y que un príncipe debía irradiar autoridad moral y contagiar a sus subordinados: “El hombre completo quiere ser inteligente (ver a través de las cosas) para que otros sean inteligentes”. La dinastía Han (s. III a. C.), que fundó el Imperio, adoptó el confucianismo como pensamiento oficial, y por más de dos mil años todo funcionario debía pasar un exigentísimo examen sobre los clásicos, amén de probar su calidad como poeta. (¿Cuántos de nuestros políticos podrían aprobar un examen sobre los clásicos griegos y escribir un buen poema?). En el siglo XII, el neoconfucianismo se abocó a enriquecer o viciar el pensamiento del maestro.
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