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“Soy un ciudadano, no soy político”, me dijo con orgullo un aspirante al Congreso de 2020. Curiosa forma de definirse. El ABC de la labor congresal, además de fiscalizar, proponer leyes, es hacer un efectivo control político al Ejecutivo. Un Congreso, si no hace política inteligente, con cuadros preparados que conozcan el complejo manejo de un Legislativo, se convertirá nuevamente en un conjunto de voluntades singulares (pensando en positivo) cuyo paso, una vez más, será con pena y sin ninguna gloria.
En la columna anterior nos referimos a este proceso electoral, distinto a lo que hemos conocido por una disolución aclamada por el pueblo, en el que hay muchas listas de nombres, con logotipos reconocibles algunos, y otros ni en pelea de gatos, cuya cabeza de lista pretenderá llamar la atención al votante de a pie que debe tener en cuenta que estará también votando por toda la lista y por la inscripción.
¡Cuidado! Te querrán atraer con un poquito de carne en los primeros lugares pero te tendrás que comer los huesos de los que manejan el partido o movimiento, con sus fechorías incluidas.
Sin embargo, también es cierto que si no se toma en serio la votación del 26 de enero de 2020, tendremos un Parlamento peor, aunque le cueste creerlo. Si el peruano no se hace responsable de elegir gente que no la engatuse con ofrecimientos que no son tareas parlamentarias, después que no se queje ni pida disolver. El congresista no te puede ofrecer carreteras, puentes, plata para tu región. El congresista NO MANEJA presupuestos, eso lo hace el Gobierno Central, regional y los municipios.
El congresista debe hacer política, detener en lo equivocado al Ejecutivo, debe hacer política constructiva para las mayorías y defender cualquier avasallamiento contra las minorías. No necesitamos ni aventureros ni iluminados, sino políticos preparados, inteligentes y de buena entraña para que no nos vendan gato por liebre.
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