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[OPINIÓN] Abraham Levy: “El huracán Otis”

El huracán Otis que devastó Acapulco y alrededores atravesó ese proceso en forma particularmente rápida.

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El huracán Otis que devastó Acapulco y alrededores atravesó ese proceso en forma particularmente rápida y alcanzó vientos solo vistos una sola vez en la costa del Pacífico Oriental, señala el columnista. (Foto de FRANCISCO ROBLES/AFP).
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Esta semana, un ciclón tropical, formado sobre las aguas del Pacífico Oriental frente a México, recorrió todas las categorías de magnitud en el lapso de 24 horas. Es decir, pasó de ser una tormenta tropical a ser un huracán y dentro de la categorización de la fuerza de los vientos de los huracanes, pasó, una a una, todas las categorías de la escala Saffir-Simpson que mide sus intensidades y que va de 1 a 5.
En meteorología tropical, tal escenario de tan rápido crecimiento es conocido como intensificación rápida y no es del todo extraño. De hecho, muchos de los mayores ciclones tropicales, llámense ellos huracán, tifón o ciclón (según el océano donde se desarrollen) cuando llegan a condición mayor (escalas 3, 4 o 5) han pasado por el proceso de rápida intensificación.
El huracán Otis que devastó Acapulco y alrededores atravesó ese proceso en forma particularmente rápida y alcanzó vientos solo vistos una sola vez en la costa del Pacífico Oriental, también en octubre y también en un año de un evento mayor de El Niño. Fue el huracán Patricia en 2015.
Los procesos de rápida intensificación están asociados a ciclones tropicales cuyo entorno de vientos y humedad no hostiliza su desarrollo y además se ubican sobre aguas superficiales muy calientes. Por eso El Niño es muy amigo de los huracanes del Pacífico Oriental como ha sido el caso.
El ojo del huracán, a partir del cual se desarrollan los vientos más violentos hasta que toca tierra, ingresó a la costa prácticamente en Acapulco. Por eso devastó.
La secuencia de eventos es la siguiente: primero aumenta el viento y el oleaje en la medida en la que el ojo del huracán se aproxima a tierra; luego de ello, una marea de tormenta que no es otra cosa que una súbita y masiva elevación del nivel del mar, arremete sobre la costa por debajo del ojo del huracán. El mar puede crecer hasta 3 metros o más e inunda toda la franja costera. Tras ello llega el embate de vientos muy intensos y de prolongada duración acompañados de lluvia que generalmente golpea horizontalmente por la dirección que le dan los vientos.
Una vez que el centro u ojo del huracán ingresa a tierra y encuentra terreno montañoso – que es muy próximo a Acapulco en el caso de Otis – se disipa.
La violencia de Otis ha desnudado la vulnerabilidad que la costa mexicana exhibe frente a la violencia de la naturaleza. Una invalorable pérdida de vidas, masiva destrucción de infraestructura y la casi total destrucción de la red de suministro de energía local son la dolorosa consecuencia de este fenómeno. Es claro suponer, que la reconstrucción – como suele ser el caso – será un proceso lento y doloroso para miles que pierden todo.