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No hay peor ciego...
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“La crisis consiste justamente en que lo viejo muere y lo nuevo no puede nacer, y en este terreno se verifican los fenómenos morbosos más diversos”. Esta cita del filósofo italiano Antonio Gramsci podría explicar la situación que estamos viviendo en el país: un periodo largo en el cual se evidencian las tensiones entre la mirada que predominó por tres décadas y las nuevas formas de entender la realidad, los derechos y la vida en sociedad. No es una crisis coyuntural, sino orgánica.
Entre renuncias presidenciales, referéndums, judicialización masiva, disoluciones legislativas, vacancias y movilizaciones sociales, se puede leer entre líneas que Perú está pasando por un momento en el que la clase dirigente y dominante ha perdido el dominio del consenso, con lo que “ya no es dirigente sino únicamente dominante”. Aun así, quienes controlaron el poder en este tiempo se resisten a que algo nuevo surja.
Una característica de la crisis orgánica, en términos gramscianos, es que es un proceso que tiene diversas “manifestaciones y en el cual las causas y los efectos se complican y se superponen”. No tiene una fecha exacta de comienzo ni se reduce a un solo aspecto económico, político o social, sino que responde a una serie de hechos que van sumando y cambiando paradigmas hasta crear un momento bisagra, como el que estamos viviendo en el país.
Pienso esto luego de ver la torpeza de la vieja clase política en estos tres últimos años y la rigidez mostrada al inicio del paro agrario, como si la intransigencia no fuese el principal detonante de los conflictos sociales. Negar el contexto de cambio por el que está pasando el país es el camino más corto para que la conflictividad siga escalando y las vías institucionales sean insuficientes para resolver las dificultades y desencuentros que parece marcarán el ritmo del bicentenario. No hay peor ciego que el que no quiere ver.
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