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‘¿Me hablas a mí?’
El presidente se paró frente a un Congreso empeñado en pasarle por encima, le dijo “¿me hablas a mí?” y lo encaró con coraje.
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Faltan pocas horas para que tenga que dar su mensaje a la Nación y el presidente está enfrentándose a sí mismo en el espejo. Está preparado. Confía plenamente en su discurso, en cada cartucho retórico que ha cargado en el papel. Ahora, solo ante su reflejo, empieza a ponderar el impacto de lo que dirá y se imagina que está mirando a los congresistas a los ojos. “¿Me hablas a mí?”, dice el jefe de Estado, desafiando a su interlocutor imaginario…
Sí, estoy imaginándome a Vizcarra preparándose para su mensaje de la misma forma como Travis Bickle, de ‘Taxi Driver’ (1976), se preparó para ser un vigilante justiciero en Nueva York. Como el protagonista de la película, el presidente golpeó duro con su discurso, sacó sangre y nos hizo saborear lo que en el momento parecía ser justicia. Pero la verdad es, y ahora lo sabemos, que se le pasó un poquito la mano.
Y es que Vizcarra logró el sábado pasado lo que su timorato predecesor nunca había logrado: como Bickle, sintonizó con la indignación ciudadana. La gente, asqueada de los “hermanitos” y de la matonería parlamentaria, venía esperando una reacción drástica. Querían que el mandatario disparara sin piedad y dejara en jaque a los que, hasta hace poco, lo tenían a él y al país en esa posición.
Y es que Vizcarra logró el sábado pasado lo que su timorato predecesor nunca había logrado: como Bickle, sintonizó con la indignación ciudadana. La gente, asqueada de los “hermanitos” y de la matonería parlamentaria, venía esperando una reacción drástica. Querían que el mandatario disparara sin piedad y dejara en jaque a los que, hasta hace poco, lo tenían a él y al país en esa posición.
En esa línea, la idea de plantear un referéndum que ponga en riesgo la reelección de los congresistas, fue una jugada maestra que los parlamentarios no se veían venir, y menos de donde vino. Difícilmente el Congreso podrá negarse a hacer lo necesario para que el referéndum ocurra, por el temor a verse como los que bloquean el ejercicio de la voluntad ciudadana y es muy probable que la gente opte por la no reelección. Vizcarra ha obligado al otorongo a comerse a sí mismo.
Pero si bien la medida le agua la fiesta a algunos y hace eco del canto “que se vayan todos”, lo cierto es que, como medida de reforma política, tiene muchos huecos. En un país con partidos tan débiles ¿cómo se espera que se formen políticos con experiencia si no es en la práctica? Aparte ¿de qué sirve esta medida si en la realidad son pocos los congresistas que son reelegidos?
Pero si bien la medida le agua la fiesta a algunos y hace eco del canto “que se vayan todos”, lo cierto es que, como medida de reforma política, tiene muchos huecos. En un país con partidos tan débiles ¿cómo se espera que se formen políticos con experiencia si no es en la práctica? Aparte ¿de qué sirve esta medida si en la realidad son pocos los congresistas que son reelegidos?
Además, muchas otras reformas más pertinentes quedaron en el tintero, como la eliminación del voto preferencial y la instauración del voto voluntario. Al fin y al cabo, lo de negarle un escaño a un parlamentario se puede lograr desde las urnas.
El ánimo desafiante de Vizcarra es celebrable. El presidente se paró frente a un Congreso empeñado en pasarle por encima, le dijo “¿me hablas a mí?” y lo encaró con coraje. Pero, como sucedió con Travis Bickle, sus acciones no parecen haber desembocado en una verdadera solución, sino, más bien, en un ataque alocado, harto criticable. Lo cierto, sin embargo, es que la gente quería que por fin se haga algo y, para bien o para mal, algo se hizo.
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