Hace 25 años que Fujimori no está. Cuando lo vacan en el 2000 había perdido mucho capital político, tanto que en las elecciones de ese año le ganó a Toledo con las justas y no logró mayoría en el Congreso. Luego vinieron desaciertos: fuga a Japón y candidatear a su senado. Su último acto político fue hace 20 años, cuando intentó regresar al Perú a través de Chile, y también fue un desacierto. La última temporada de su vida cuenta de su extradición, sus juicios, sus condenas, su prisión y su indulto. Si siguiese con vida, para recuperar vigencia política habría tenido que ser un Fujimori distinto al de estos años. Entonces, ¿por qué nos sigue produciendo pasiones? Parte de la respuesta es que, siendo presidente, tuvo liderazgo y coraje para hacer lo que hizo. Por eso, es amado u odiado, según lo que se recuerde y según el cristal con que se mire. Sin embargo, si el Perú de ahora está en crisis, no es por la tragedia política de hace más de 25 años, sino porque durante todo ese tiempo nosotros no hemos sido capaces de corregirla.
Vacado Fujimori, la economía andaba bien y seguiría yendo bien desde entonces. Lo que encuentra el presidente Paniagua es que la política andaba mal: se revelan las conexiones criminales del Servicio de Inteligencia (SIN), la corrupción, el deterioro de instituciones (Poder Judicial, Ministerio Público, Tribunal Constitucional), el control de medios de comunicación y el hostigamiento a opositores. Para superar eso, se trabaja en un Acuerdo para la Gobernabilidad, la OEA instala una Mesa de Diálogo y aparece lo que se llamaría después el Acuerdo Nacional. Al ganar las elecciones en 2001, Toledo se convierte en la promesa de la transición hacia la democracia. Para eso, convoca a Pedro Pablo Kuczynski en economía (ministro de Economía y luego presidente del Consejo de Ministros) y a Henry Pease en política (presidente de la Comisión de Constitución y luego presidente del Congreso). Debería haber funcionado, se tenía un plan y a líderes de derecha y de izquierda en el Gobierno. Pero no funcionó.
En 1990, la tragedia de la política (el terrorismo) y de la economía (hiperinflación) exigía que se tomaran medidas muy duras, y Fujimori las tomó. Afectando la economía popular a corto plazo, se liberaron los precios y los subsidios; y luego, afectando el imaginario popular, se vendieron empresas públicas y hubo despidos masivos de trabajadores. La tragedia política en el 2000 también exigía que se tomaran medidas igualmente duras. Para la reforma del Estado, solo se desactivó el SIN, el que, dicho sea de paso, entonces no requería de mucho valor. Para las demás, las llamadas reformas de segunda generación (educación, salud y justicia), y para la seguridad ciudadana (Policía) se exigía despedir a los funcionarios deficientes o corruptos para contratar nuevos, mejor preparados y con ética de servicio. Pero era mucho costo político. A los mismos que habían cuestionado los desmadres del Gobierno de Fujimori, cuando tuvieron la posibilidad de corregirlos, les faltó responsabilidad política, liderazgo y coraje.
Es que la política no es conseguir el aplauso de la tribuna criticando lo políticamente correcto, porque la oratoria no es suficiente. Tampoco pasa por reunir a todos compartiendo el poder, para que cada uno goce de sus ventajas, porque eso es repartija y no consenso. El consenso que realiza reformas para salir adelante se construye en el debate con conocimiento de causa. Pero, si hay debate, habrá controversia, aflorarán los intereses y vendrán los conflictos sociales. El consenso no es unanimidad porque, por angas o por mangas, habrá quienes piensen diferente. No obstante, la mayoría que se obtiene sale fortalecida del debate, se tendrá intelectualmente claro lo que se tiene que hacer y, sin embargo, tampoco será suficiente. Será necesario que se tenga el coraje de asumir los costos políticos de los conflictos sociales y el liderazgo para convencer a la gente de que esos costos son necesarios, para que los soporten con esperanza. Eso fue lo que hizo Fujimori y eso que le sobró es lo que nos falta: liderazgo y coraje. En la hora de su muerte valen los recuerdos y las críticas, los amores y los odios. Sin embargo, eso ya es historia. El futuro es de nuestra exclusiva responsabilidad.