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Ley seca, ¿en serio?
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Luego de la tragedia de Los Olivos y las juergas que se montan todos lo días en todos lados, es inevitable una campaña masiva de control de discotecas y bares clandestinos. También es necesario reforzar el trabajo preventivo en mercados y lugares donde hay aglomeración, como lo anunció Martos ayer. Esto implica más información, no solo sanción.
Los municipios distritales están en la obligación de ayudar en esa tarea que es esencialmente municipalista. A los alcaldes se les ha sentido poco o nada. Han sido excesivamente reactivos para épocas de prevención, pero como su capacidad instalada es para llorar, la Policía y las Fuerzas Armadas inevitablemente juegan un papel central de apoyo.
Si la única estrategia tangible que tenemos para combatir el virus es mantener la distancia y lavarnos las manos, al menos aseguremos que eso se cumpla. Lo que sí parece una torpeza es pensar en la posibilidad de decretar una ley seca como parte de la solución.
Si fiscalizar bares, discotecas y fiestas ha sido casi imposible, imagínense lo que sería frenar la venta de alcohol. El fracaso de ese intento está cantado. Con el agregado de que la derrota para el gobierno sería triple, pues su ineficacia fiscalizadora se evidenciaría, empoderaría la venta clandestina de alcohol y se ganaría el rechazo de muchos.
Una ley seca pondría en aprietos al mercado formal, pero estimularía un mercado negro. Eso sin contar el impacto innecesario en una población que ya sufre demasiadas restricciones. De aprobarse una ley seca, inevitablemente habría acaparamientos antes de su entrada en vigencia, como de hecho he visto en redes que está ocurriendo mientras escribo esta columna, a pesar de que aún solo estamos ante una suposición.
Pero eso es lo que ocurre cuando el mismo Martos no la descarta de plano, algo que espero haga pronto. ¿Alguien piensa realmente que una ley seca sería una buena idea?
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