Benjamin Netanyahu
Benjamin Netanyahu

Esta semana se configuran dos derrotas de Netanyahu que podrían cambiar significativamente el panorama en Medio Oriente, en la actualidad y a futuro. Del ángulo o prisma que se lo mire, se trata de un desastre estratégico para el aliado de Washington. Un país con todas las de ganar está cada vez más lejos de la “victoria” y lo peor de todo, es que Israel todavía no lo advierte.

La estrategia como disciplina indica la necesidad de comprender el entorno (nacional e internacional) y aplicar las capacidades propias para contrarrestar las ajenas. No solo en la consecución de los propios fines, sino que también para evitar que el adversario consiga los que persigue. Tener en cuenta este punto permite identificar con claridad el problema estratégico de fondo del liderazgo israelí en la coyuntura actual: Netanyahu es incapaz de contener los avances políticos del adversario.

Recordemos que el 7 de octubre Hamás ejecuta un ataque a Israel matando a 1.200 personas y secuestrando a más de 200. La operación más sangrienta desde el holocausto gatilla una incursión armada a territorio palestino. La arremetida busca rescatar a los ciudadanos retenidos, pero, además, tiene como finalidad destruir completamente al movimiento terrorista. Con este fin se justifica reducir a escombros gran parte de Gaza y aniquilar a más de 35 mil civiles, forzando el desplazamiento de más de un millón de palestinos. Han sido casi ocho meses en que día a día vemos escenas de destrucción y muertes civiles indiscriminadas que dan cuenta de la desproporcionalidad de la represalia. Como consecuencia, la solidaridad inicial de respaldo a Israel por la adopción de medidas para enfrentar un ataque terrorista, dio paso a críticas y protestas a nivel mundial.

El régimen de Netanyahu pasa de víctima a agresor. Y no es solo una cuestión de percepciones motivadas por los medios de comunicación. El fiscal jefe de la Corte Penal Internacional ha solicitado a los jueces del organismo que dicten órdenes de detención por crímenes contra la humanidad y crímenes de guerra contra el primer ministro, Benjamín Netanyahu y el ministro de Defensa, Yoav Gallant. La solicitud también se extiende a Yahya Sinwar, jefe de Hamás en Gaza, Mohammed Diab Ibrahim Al-Masri, comandante del ala militar del movimiento e Ismail Haniyeh, jefe del buró político del organismo con sede en Qatar. Demás está decir que la decisión se funda en una contundente investigación preliminar con visitas en terreno. Dicho sea de paso, se adopta la medida bajo el argumento que “Nadie puede actuar con impunidad”. Con este contundente recordatorio que todos somos iguales ante la ley, el organismo judicial sitúa en un mismo nivel a los líderes terroristas y a quienes encabezan la iniciativa bélica israelí. El ejercicio de equivalencia indigna a Estados Unidos e Israel, pero lo más grave es que da cuenta de una gran derrota: la pérdida de la plataforma moral que cobijaba al pueblo judío. Téngase en cuenta que desde esa tarima consiguió de la ONU un espacio físico para albergar a la nación en diáspora y que ese mismo factor actúa como un velo de legitimidad en su actuar, con miras a afianzar su soberanía.

La agresión como política llama la atención del mundo entero. Incluso visibiliza la precariedad de las condiciones que aplica Israel para subyugar al pueblo en Gaza y Cisjordania en tiempos de “normalidad”. Como respuesta, cambia la mirada hacia el conflicto y con ello España, Irlanda y Noruega deciden reconocer el estado palestino, medida que entraría en efecto el 28 de mayo. El gesto es simbólico, pero coloca presión en la agenda que impulsa una negociación para la consagración de dos estados. El aliado de occidente rechaza la decisión de modo altisonante y acude al matonaje diplomático con el llamado a embajadores, reprimenda a representantes y amenazando que la medida “tendrá consecuencias más graves para nuestras relaciones con sus países”. El presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, argumenta que la adopción obedece a que la política del “dolor y tanta destrucción” de Netanyahu pone “en peligro” la solución de dos Estados, una verdad del tamaño de un buque. En esta misma línea, el 10 de abril, 143 países solicitaron ante la Asamblea General de la ONU el reconocimiento de Palestina como Estado miembro pleno de derechos. Con todo, se perfila una segunda derrota de Netanyahu, que consiste en el cuestionamiento a nivel mundial de la política adoptada por Tel Aviv en Palestina. De este modo, la nación árabe se acerca aún más a su anhelado reconocimiento formal.

Cada una de estas derrotas es tremendamente significativa. Ambas, en conjunto, alteran el posicionamiento de Israel, porque se expande la causa palestina y aumenta el rechazo a la política del agresor. Lo único que ha hecho Netanyahu es empeorar las cosas con la estrategia adoptada, porque pretende extinguir al adversario. Una cruenta ofensiva inevitablemente deriva en un genocidio, porque cada uno de los refugiados y cada familiar de las víctimas de la operación armada se convierte en un potencial nuevo integrante de la agrupación terrorista. El empleo del músculo militar ha impedido al liderazgo israelí apreciar el espacio político de la contienda y su peso relativo. El ministro Benny Gantz, integrante del gabinete de guerra, dio cuenta de una fisura el sábado al anunciar que dimitirá, a menos que el premier apruebe un plan de posguerra para la Franja de Gaza. La única forma de derrotar a un adversario es por medio de la política, la victoria tiene que ser política, nunca se alcanzará con los medios militares en forma aislada. Una lección básica de estrategia que algunos en Israel todavía tienen que aprender.