Rafo León
Rafo León

Una columna de Rafo León nos devuelve al recurrente debate sobre los límites de la libertad de expresión. Importante señalar “recurrente”, ya que uno creería –a simple vista– que estos conflictos, que se producen de tanto en tanto, se resolverán por peso de una de las partes y, justamente, eso quisiera señalar primero: ni se ha resuelto ni se resolverá, no al menos en el Perú. Ni la autocracia de Fujimori ni la dictadura de Velasco pudieron con ella (puede que en Cuba o Corea del Norte, pero ese es otro debate).

A nivel local no existen límites, para bien y para mal. ¿Lo de León fue un exceso? Sin duda; aun así, pocos pueden tirar la primera piedra. Tampoco existen, ojo, estándares mínimos para enjuiciar a quien sea por difamación. En otras palabras, hemos creado un sistema en el que cualquiera puede decir lo que le plazca (sea cierto o falso, ofensivo o no) y cualquiera que se sienta ofendido (con o sin razón) lleve, si desea, dicha amargura a una sala judicial.

Sobre si debería de existir o no un límite, pues se ha reflexionado y escrito demasiado como para pretender producir una novedosa idea que lo resuelva. En todo caso, quienes deberían debatir el tema (medios, periodistas y otros) pues parecen muy cómodos con el estándar local: es lo que es y, si no les gusta, pues da igual.

Pretender definirlo con una ley, por otro lado, será contraproducente además de absurdo (las redes se encargarán de esto último). Pueden –si quieren– imponerla, a lo que estoy seguro le seguirá una coreografía de columnas dirigidas a poner a prueba el sistema, ante lo cual, de seguro, prevalecerá la libertad.

¿Qué hacer? Puede sonar obsoleto, pero estas cosas requieren de un amplio debate para, más que buscar acuerdos, examinar los puntos de vista y entender, a través del ejercicio, de qué se trata. Educar, explorar, cultivar, respetar. En otras palabras, intentar la vía de los países desarrollados.