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Administrando injusticia
“Nuestro sistema judicial no funciona. Es así de simple. El ecosistema que debería velar por la administración de justicia en el Perú es un desastre”.
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Nuestro sistema judicial no funciona. Es así de simple. El ecosistema que debería velar por la administración de justicia en el Perú es un desastre, tan dramático que es mucho más probable que empeore a que se mantenga igual o que mejore.
Algunos datos para que tomemos cuenta de la crisis. En el Índice de Competitividad del FEM, aparecemos en el puesto 129 de 137 en “eficiencia del sistema judicial en resolver disputas”. Es decir, estamos en el percentil 94 del mundo. Más claro, ni el agua.
Pero hay más. Aparecemos en el puesto 105 en “protección de la propiedad intelectual” (las nuevas ideas están desprotegidas); en el 109 en “derechos de propiedad” (la propiedad de bienes tangibles e intangibles a la gracia de sabremos quién); en el 89 en “pagos ilegales y sobornos”; y en el 106 en “independencia judicial” (léase, que los poderes políticos y/o económicos no intervengan en dicho sistema).
¿Puede alguien creer que este desastre podrá ser recompuesto por voluntad propia? ¿Alguien podría apostar que serán los jueces, fiscales, procuradores, la Policía y los otros órganos que participan en el sistema los que promuevan las reformas necesarias? Me atrevo a decir que no. Y apostaría doble contra sencillo, y triple también. Iré más allá: no cambiará nada por varios motivos: el primero es que saben cómo sacarle beneficios a dicho sistema. Los peruanos, además, conocemos muy bien cómo funciona el sistema, con el cual la gran mayoría estará insatisfecha, pero de la boca para fuera, por lo que hará muy poco por cambiarlo. En otras palabras, no cambiará porque no existe ningún interés, ni fuerza capaz que los obligue a cambiar. Y si el sistema funciona, genera beneficios privados y no existe presión interna o externa al cambio, ¿por qué cambiaría?
¿Podría cambiar? Sí, pero para ello se requiere un núcleo duro que tenga capacidad de iniciar el cambio, o al menos de presionar de manera tan fuerte que obligue a ciertos actores a cambiar. Sería el cambio más revolucionario y radical que vivirían los peruanos.
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