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Juan José Garrido: Problema de prioridades
“Este gobierno puede pecar de ingenuo, y hasta torpe, en lo político, pero no creo que sean intrínsecamente corruptos…”.
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Javier, un lector del diario, me escribe y pregunta si he perdido la fe en este gobierno. Imagino que se refiere a la fe en la lucha contra la corrupción, porque toda la carta se basa en el artículo escrito el domingo ("¿Hay realmente interés?").
En simple, Javier, no, no he perdido la fe. Y no la he perdido porque creo (o quiero creer, que para estas cosas es lo mismo) que tanto el presidente Kuczynski como sus principales asesores y colaboradores no son intrínsecamente corruptos.
En 2011, cuando Ollanta Humala ganó las elecciones presidenciales, creí sinceramente que nos llevaría por un desvío de malas ideas económicas y hasta uno institucionalmente peligroso. Pasados unos meses de su gobierno, cuando afirmaba que "no hacía lo que quería hacer, sino lo que debía hacer", y basado en lo que se comentaba en los círculos técnicos y empresariales, pensé que en efecto podríamos evitar dicho desvío. Incluso, cuando se preguntaba si la Sra. Heredia podía presentarse eventualmente a la presidencia, consideraba que en 2021 sería bueno, ya que era una persona joven, articulada y con mucho potencial político.
Poco esperé, ciertamente, que el desvío no era por consideraciones nacionales (el bien del país, el crecimiento de la economía, la reducción de pobreza, entre otros), sino por ambiciones económicas personalísimas.
Este gobierno puede pecar de ingenuo, y hasta torpe, en lo político, pero no creo que sean intrínsecamente corruptos. Creo (o quiero creer) que la separación de la Dra. Príncipe y su equipo obedece más a un exceso de preocupaciones por la reactivación económica. De hecho, esa es la principal línea de defensa oficialista: que no se estaba respetando el Decreto de Urgencia 003 (sobre la venta de activos de Odebrecht).
Creo que es un error, y que hay otras señales preocupantes (no auditar al gobierno anterior, por ejemplo), pero espero que todo esto se ponga sobre una balanza y se internalice qué se debe priorizar y defender: la economía o la lucha contra la corrupción.
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