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Jaime Bayly: Me olvidé de vivir

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Patricia, hola, soy Mario, ¡feliz cumpleaños!

–Hola, Mario, gracias por acordarte.

–¿Cómo te sientes de cumplir setenta años, primita?

–Fatal, qué quieres que te diga. Más o menos como se sentirá Isabel, tu noviecita, cuando cumpla sesenta y cinco en febrero. Yo estoy vieja, pero ella también, ¿no crees?

–No hablemos de Isabel, por favor. Tú sabes que soy muy reservado para hablar de mi vida privada. ¡Nunca, nunca hablo de mi vida privada!

–Ay, Marito, si serás cómico. ¿Y La tía Julia y el escribidor? ¿Y El pez en el agua? ¿Y cuando contabas que nuestro hijo Gonzalo era rastafari y fumaba marihuana? ¿Y tú crees que los lectores son tontos y no saben que eres Fonchito en tus novelas eróticas? ¿O no saben que el papá de Zavalita, Fermín, era tu papá?

–¡Patrañas, Patricia! ¡Golpes bajos! Mis novelas son artefactos literarios fabricados con inventiva maliciosa. Todo es ficción. Todo es mentira. Pero los buenos novelistas mentimos persuasivamente.

–Bla, bla, bla. Me estoy quedando dormida.

–Patricia, te envié un regalo al apartamento de Barranco, ¿lo recibiste?–No ha llegado. Pero sí he recibido la notificación de divorcio de tus abogados.

–Qué raro, te mandé los papeles del divorcio junto con tu regalo.

–Ya llegará, no te preocupes. ¿Se puede saber qué me has mandado?

–No sabía qué regalarte, porque en los cincuenta años que has pasado conmigo te has comprado todo, todo, no te ha faltado nada, por eso se me ocurrió regalarte un libro.

–¿Un libro? ¿Cuál?

– La civilización del espectáculo, mi ensayo sobre cómo la frivolidad ha corrompido la vida moderna.

–Ni loca pienso leerlo. Lo donaré a la parroquia de Barranco.

–Es un libro que resultó una ironía, Patricia, porque critico a la revista Hola!, y ahora Isabel y yo llevamos ocho Holas! en portada (y no Hola! Perú, que no tiene mérito, sino Hola! España), o sea que yo mismo he sido absorbido por la civilización del espectáculo, ¿qué te parece?

–Tú siempre has sido un exhibicionista, Mario. Te encanta salir en los periódicos. No te basta con ser escritor. Siempre quieres estar donde revienta el cohete.

–A propósito de cohetes, ¿cómo está el petardo de nuestro hijo Álvaro?

–Muy bien. Me mandó una linda carta por mis setenta. La publicó en El Comercio.

–¿El Comercio? ¿El diario fujimontesinista? ¿El concentrador de medios que atenta contra la libertad de expresión? Lo tomo como un acto de perfidia, Patricia.

–A mí me parece muy bien que Álvaro se reconcilie con El Comercio.

–¿Y qué decía la carta?

–No recuerdo bien. Citaba a Petrarca. A la mitad me puso a dormir. No entendí nada, pero sentí su cariño. Tú sabes que él es medio bobito.

–Es porque cuando era chico lo metimos al internado en Londres y no fuimos a visitarlo ni siquiera en verano y quedó tan traumado que se cambió de religión.

–Tú siempre has sido un egoísta, Mario. Por eso me dejaste por la filipina.

–Y tú, ¿estás saliendo con alguien?

–Sí, he ido al cine, función matiné, con Freddy Cooper, pero, ya sabes, es mantequilla.

–Mantequilla, sí. ¿Y cómo está nuestra bella Morgana?

–Furiosa, furiosa.

–¿Conmigo?

–No, con Nadine.

–¿Por qué?

–Porque no la menciona en sus agendas. Cero. Para nada. Y porque no le hizo caso y no se lanzó de candidata y ahora Morgana no sabe a quién apoyar.

–Dile que apoye a Pedro Pablo. Yo lo apoyo. Soy su garante.

–Imposible. Morgana está pensando apoyar a la chica de izquierda, Verónika, que a mí también me cae muy bien.

–Patricia, tenemos que hacer todo lo posible para evitar el triunfo de la mafia fujimontesinista. Si gana Keiko, sacará de la cárcel a Montesinos y Fujimori y serán ellos y no Keiko quienes gobernarán.

–No digas huevadas, Mario. Keiko no es tonta. A Montesinos no lo soltará ni loca. Y al papá lo indultará, pero no creo que él gobierne.

–Carajo, Patricia, esto es gravísimo, ¡estás hablando como Martha Chávez, pareces una fujimontesinista! ¡Con razón defiendes a El Comercio!

–Estás en la luna, Mario. No tienes ni idea de lo que pasa acá en el Perú. Estás acojudado desde que te enrollaste con la filipina.

–Ya me mudé a su casa, Patricia. Es una tremenda mansión. Tengo mayordomo privado. Estoy feliz. Tan feliz que no escribo nada. Me paso todo el día con Isabel, los dos comprando chucherías en Amazon, no sabes cómo nos divertimos.

–Me alegra por ti, Marito. Y me alegra por mí, porque ya estaba harta de comprarte ternos, corbatas y calzoncillos.

–Ahora uso los de Boyer, el finadito, que me quedan perfectos. Y hasta me pongo su pijama de seda.

–Leí que pasaste Thanksgiving en la casa de Enrique Iglesias en Miami, ¿fue así?

–Sí, Isabel y yo nos encontramos en Nueva York y fuimos a Miami y no sabes lo bien que nos trató Enrique. Yo le digo Kikín, somos íntimos. Tiene una casa preciosa. Y su novia, la tenista, la rusa, es muy guapa, encantadora, solo que no habla español y teníamos que hablar en inglés. Pero ya sabes que yo hablo un inglés perfecto, sin acento, como Toledo.

–¿Comiste pavo?

–Sí, sí, pero también hicieron pato y cerdo, comí de todo un poco.

–¿Y estaban los cinco hijos de Isabel?

–No, estaban cuatro, faltó Ana, la hija de Boyer. Pero estaban Chábeli con su mexicano, Julio con su belga, Enrique con la rusa, y Tamara con su tenista. ¡Era como la asamblea general de la ONU! ¡Es una familia muy maja, muy cosmopolita!

–Yo, en cambio, pasé el Día de Gracias con tus hijos Gonzalo y Morgana, que no quieren verte ni en pintura, te aviso, y comimos butifarras que nos mandó Gastón Acurio, nada de huachaferías gringas.

–¿Y Alvarito no fue?

–No, dijo que iba a pasar las fiestas contigo en Miami.

–Lo esperamos en casa de Kikín, pero no llegó.

–Álvaro me dice que sí fue, pero los guardias de seguridad no lo dejaron entrar.

–Es un cenutrio. Le preguntaron la clave, la contraseña, y dijo: "Me olvidé".

–¿Y cuál era la contraseña?

–"Me olvidé de vivir", la canción de Julio.

–Pero ¡qué idiota de olvidarla! ¡Y a mí me manda una carta citándome a Petrarca, dime tú! ¡No tengo ni idea de quién fue Petrarca!

–Patricia, aparte de saludarte, quería pedirte un favorcito.

–Dime, Mario. Tú sabes que no soy rencorosa.

–Bueno, en marzo cumpliré ochenta años, y creo que me gustaría celebrarlos en grande, con Isabel, en Lima.

–Me parece muy bien. Acá tienes muchos amigos.

–Y no sé si tú podrías ayudarme a organizar la fiesta, ordenar el menú, mandar las invitaciones, todo eso, que yo, por ser un intelectual, no tengo tiempo de hacer.

–¿Y por qué no se lo encargas a la filipina?

–Porque no conoce a nadie en Lima, no sabría por dónde empezar. Pero tú eres genial para esas cosas prácticas, Patricia.

–¿Dónde quieres hacer la fiesta?

–Podría ser en La Huaca. O en Machu Picchu y llegamos en helicóptero o tirándonos en paracaídas. O en Palacio de Gobierno, con los Humala ya casi de salida.

–Pues llama a Ollanta y pídele Palacio y te lo dará seguro. Y que Nadine te organice todo.

–Llamaré a Nadine, buena idea. ¿Tú crees que ella se ocuparía de todo?

–Mira, si invita a todos los que aparecen en sus agendas, tienes la fiesta asegurada. Y además es íntima de Morgana, y juntas lo van a hacer mejor que yo.

–¿Y tú vendrías a mi fiesta?

–No creo, Mario. No conviene. Es mejor que estés con tu filipina.

–Mira, si Humala no me da Palacio y Nadine no me organiza la fiesta, no voy a Lima y celebro mis ochenta en casa de Kikín Iglesias, en Miami.

–Me suena mejor, ¿sabes?

–Y me visto todo de blanco, y juego al tenis con la rusa, y grabo un video musical con Kikín, mi hijo putativo. ¿Sabes qué? Lo haré en Miami, Patricia. Con Kikín, Chábeli y Julito lo paso bomba. No han leído nada mío, no saben quién soy, y eso me da una gran libertad.

–Genial, Mario. Diviértete.

–Te dejo porque está llegando Mario Testino a hacerme fotos en bañador.

–Ponte medias en el paquete para que no se note que ya se te encogió la pistolita.

–Chau, primita. Y si quieres verme, compra Hola!