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Huacarnaca
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Un día prohibieron los insultos en el colegio. Entonces inventamos Huacarnaca. No significaba nada, pero dicho con el mismo afán de ofender, surtía efecto. En las peleas de recreo, el Huacarnaca tu vieja viajaba de un lado. La tuya venía del otro. A lo más, intercambio de un par de golpes incruentos, antes de separar a los combatientes. Broncas artificiales, de pura boquilla.
En las batallas por las cosas de verdad, la tontería queda de lado. George Orwell advirtió que los gritos, mentiras y odio provienen de la gente que no está luchando. Esa es la escena política de estos días. Como usted, yo creí que la corrupción en las obras públicas nos despertaría para recuperar el dinero robado y expropiar lo que falta para que las obras se terminen de una vez. También creí que al ver a la justicia secuestrada por criminales la reformaríamos con urgencia, para qué esperar si nadie se opone.
Si el frío aún mata niños en Puno, si no hay medicinas habiendo dinero, si rebrota el sarampión habiendo vacunas para prevenirlo, si hay colas en los hospitales, si los juicios duran toda la vida, si los programas sociales intoxican y no alimentan, si en la esquina de tu casa te siguen asaltando; creí, como usted, que nos pondríamos de acuerdo en políticas públicas y en cómo hacer eficiente el gasto social.
En cambio, nadie atiende a las elecciones regionales que vienen. Candidatos abandonados porque nadie cree que van a cumplir. Pura grita callejera, si me reuní o no, si lo dije o no, mentiroso, golpista y todos corruptos. Se multiplican las denuncias sin sustento para complicar a inocentes y disfrazar a los culpables. Energía para el insulto, no para lo importante. Nos estamos suicidando en cámara lenta. Todos. Usted y yo también.
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