No somos los únicos animales inteligentes, capaces de resolver problemas complejos nuevos y convertirlos en problemas simples viejos. Lo hacen, a veces de manera sorprendente: pulpos, elefantes, delfines y cuervos. La enorme ventaja de los Sapiens es que nuestros saberes ingresan en acervos externos de formatos distintos, que son mejorados, o descartados, y revolucionados, trascendiendo cerebros y vidas individuales. Pero nuestra exitosa especie se distingue también porque somos los únicos inteligentes estúpidos.
Tomemos como ejemplo el famoso cubo de Rubik. Si alguien que no tiene idea de cómo se resuelve intenta hacerlo totalmente al azar, eventualmente podría llegar a buen puerto, siempre y cuando fuese inmortal y aceptase dedicarse a ello a tiempo completo durante algunos billones de años, mezclando suerte y aprendizaje. Si hace un poco de ensayo y error, lee algún manual y práctica en compañía de otros que tienen más experiencia, la solución llegará más temprano que tarde y hasta podría hacerlo en 3.13 segundos si recibe un curso de Frank Park (récord Mundial). En el primer caso, se trata de ignorancia ilusa, en el segundo de desconocimiento inteligente. Pero hay una tercera opción: rotar una de las caras, la misma, una y otra vez, cada vez que se tenga entre las manos el famoso cubo, sin tomar en cuenta resultados, consejos, lecturas, conferencias ni aburrimiento. Eso es estupidez. De la humana, del tipo que ninguno de los otros animales inteligentes muestra.
Einstein no estaba seguro de que el universo fuera infinito, pero no dudaba de que la estupidez humana sí lo era. Nunca debemos subestimarla. Justamente porque podemos construir modelos de la realidad e imaginar mundos inexistentes, terminamos por tomar decisiones y emprendemos cursos de acción absurdos, contraproducentes, dañinos, sin que los resultados, ni cualquiera otra información, haga que cambiemos, ni ideas ni conductas.
Nuestras mentes son capaces de producir convicciones inflexibles, resilientes, rígidas sobre cómo debería ser el mundo y actuar de acuerdo con ellas indefinidamente, sin tomar en cuenta las evidencias, a veces trágicas, en contrario. Si la realidad contradice la matriz ideológica, pues la realidad debe estar mal, y si se insiste lo suficiente terminará por plegarse a nuestra mirada. O quizá no lo hace porque quienes nos odian, o a quienes odiamos, están complotando para que no nos haga caso y si los sacamos del camino lo terminará haciendo.
Digamos que la estupidez es un efecto secundario de nuestra especial inteligencia. A veces es inocua, a veces es graciosa, a veces es limitadamente dañina, pero muchas veces es grotescamente trágica para grupos, instituciones y sociedades.