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Un frente demasiado alto
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Una parte importante de la izquierda peruana sigue estancada en sus viejas taras. Aún a estas alturas, un congresista del Frente Amplio publicó un comunicado vergonzoso defendiendo al gobierno corrupto de Nicolás Maduro y condenando al Grupo de Lima. Para Rogelio Tucto, los migrantes venezolanos en nuestro país no son víctimas de un gobierno opresor, sino que "deberían estar defendiendo a su patria de la injerencia extranjera". Antes que víctimas del gobierno chavista son personas “engañadas” y útiles al imperialismo norteamericano.
Que algunos políticos de izquierda sean ciegos y sordos al padecimiento humano no es cosa nueva. Es la vieja costumbre que tanto daño hizo durante el siglo 20. Esperar algún cambio de la izquierda dogmática o alguna reacción ante la evidencia del desastre que es el “socialismo del siglo XXI” es como esperar que los fanáticos religiosos acepten el enfoque de género.
Sin embargo, sí deberíamos esperar un poco más de la izquierda que se dice moderna y respetuosa de los derechos humanos. Para empezar, que no se alíen con quienes están dispuestos a defender los atropellos de las dictaduras.
Con quienes son tan fanáticos que son incapaces de ver la crisis humanitaria que ha generado el gobierno chavista. No olvidemos que el Frente Amplio es la misma coalición de izquierda por la que postuló Verónika Mendoza a la presidencia y por la que Marisa Glave llegó al Congreso.
Emprender un proyecto político con personas de ideas similares es sin ninguna duda loable, pero algunos objetivos políticos comunes no deben ser excusa para pasar por alto a personas sin respeto por los derechos más básicos. Así como no sería aceptable que una bancada de centro derecha que reivindica la democracia y los derechos humanos (la Bancada Liberal, digamos) tenga entre sus miembros a defensores acérrimos de Fujimori, Pinochet o Bolsonaro; tampoco es aceptable que la izquierda democrática tenga en sus filas a personas que defienden a violadores de derechos humanos.
Tal vez el Frente Amplio nunca fue una alianza política respetable porque involucró a personas con ideas y visiones del mundo contrarias a cualquier teoría razonable de la justicia.
Que algunos políticos de izquierda sean ciegos y sordos al padecimiento humano no es cosa nueva. Es la vieja costumbre que tanto daño hizo durante el siglo 20. Esperar algún cambio de la izquierda dogmática o alguna reacción ante la evidencia del desastre que es el “socialismo del siglo XXI” es como esperar que los fanáticos religiosos acepten el enfoque de género.
Sin embargo, sí deberíamos esperar un poco más de la izquierda que se dice moderna y respetuosa de los derechos humanos. Para empezar, que no se alíen con quienes están dispuestos a defender los atropellos de las dictaduras.
Con quienes son tan fanáticos que son incapaces de ver la crisis humanitaria que ha generado el gobierno chavista. No olvidemos que el Frente Amplio es la misma coalición de izquierda por la que postuló Verónika Mendoza a la presidencia y por la que Marisa Glave llegó al Congreso.
Emprender un proyecto político con personas de ideas similares es sin ninguna duda loable, pero algunos objetivos políticos comunes no deben ser excusa para pasar por alto a personas sin respeto por los derechos más básicos. Así como no sería aceptable que una bancada de centro derecha que reivindica la democracia y los derechos humanos (la Bancada Liberal, digamos) tenga entre sus miembros a defensores acérrimos de Fujimori, Pinochet o Bolsonaro; tampoco es aceptable que la izquierda democrática tenga en sus filas a personas que defienden a violadores de derechos humanos.
Tal vez el Frente Amplio nunca fue una alianza política respetable porque involucró a personas con ideas y visiones del mundo contrarias a cualquier teoría razonable de la justicia.
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