El domingo pasado, mientras la presidenta Boluarte leía el discurso presidencial más largo e ineficaz de nuestra historia, Venezuela se jugaba su destino en una nueva elección, a todas luces, plagada de irregularidades.
El 28 de julio, fecha que nos llama a la unión y a celebrar nuestra identidad como peruanos, es también el día en que el presidente de la República acude al Congreso para dar cuenta al país de los avances de su gobierno y hacer anuncios importantes. Este año, en el discurso presidencial de cinco horas, abundaron los detalles menores de gestión, que parecían puestos ahí para disimular la ausencia de grandes logros en temas cruciales, como economía y seguridad ciudadana, así como la falta de visión técnica y planificación a largo plazo en sectores importantes como Educación, Ambiente, Salud y Ciencia, este último siempre tan relegado como los de Cultura y Mujer. Ante un recién juramentado presidente del Congreso vinculado a la minería ilegal, la presidenta perdió la oportunidad de anunciar una lucha firme y frontal contra este delito. El anuncio más llamativo, sobre la creación de un nuevo ministerio, dejó más dudas que certezas, al no estar enmarcado en un plan de fusión y reingeniería de ministerios que garantice la reducción de burocracia y gasto estatal.
Ese mismo día, los venezolanos acudían masivamente a las urnas. Nunca ha estado el hermano país tan cerca de librarse de la dictadura oprobiosa de Nicolás Maduro. La valerosa resistencia, liderada por María Corina Machado, logró asegurar una victoria aplastante para Edmundo González (cerca del 70% de las preferencias), forzando al tirano a perpetrar el fraude electoral más descarado y a proclamar su re-elección a toda prisa. Hoy, con millones de ciudadanos defendiendo el voto popular en las calles, parece que estamos en la hora última del dictador petrolero. El fin de su régimen significaría un duro golpe para la nefasta izquierda latinoamericana y cambiaría para bien el panorama geopolítico de la región. ¡Fuerza, Venezuela! ¡Gracias, Venezuela!