A veces me pregunto si la gente que hoy participa en política realmente piensa y siente lo que dice o si es solamente una forma de llamar la atención, asumiendo los pasivos de sus expresiones. Llamar “basura” a tus conciudadanos es realmente fuerte, no es un calificativo medianamente aceptable (si es que existen) dentro de una contienda ideológica o electoral. Decirle a alguien que todo su país no es más que un basurero es un asunto que podría y debería escalar significativamente. Eso es lo que se dijo de Puerto Rico en un evento del Partido Republicano, en palabras pronunciadas por Tony Hinchcliffe, un supuesto comediante que apoya la campaña de Donald Trump. Honestamente, por más que ahora, frente a la masiva crítica a su presentación, Hinchcliffe se defienda diciendo que se burló de todos —palestinos, judíos, afroamericanos y demás comunidades—, en el fondo, ese es parte del pensamiento que ha salido a flote en los últimos años: una corriente segregacionista y supremacista en la que unos son mejores que otros sin ningún mérito propio, solo basados en el origen, la raza o el poder económico. La corriente de pensamiento que propaga Trump trajo consecuencias para la ya no tan afamada democracia estadounidense, cuando promovió un asalto al mismísimo Capitolio y que hasta hoy defiende. Es importante porque Perú y Latinoamérica en general siempre tienen un ojo puesto en ese norte. Hoy no hay acción política que no tenga repercusión internacional; ya hemos sido testigos de qué manera expresiones como esas terminan identificando a muchas personas que luego hacen eco de ese supremacismo y lo tropicalizan a sus realidades. La degradación de la política que vivimos no es una patente peruana; es, lamentablemente, una corriente global donde, a falta de ideas, solo quedan insultos. Lo vimos en Milei, lo vemos en Antauro, lo vemos todo el tiempo en el Congreso. Y, por cierto, no, eso no es dark humor.
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