Lo más fácil para Interbank hubiese sido pagar la extorsión; total, los cuatro millones de dólares que pedía el hacker no eran nada para el dineral que mueve el banco. Se habría evitado mucho y del asunto no se hubiese sabido nada. La situación no era poca cosa. El hacker había copiado información confidencial de clientes, sobre todo de su patrimonio. El riesgo no era que el hacker pudiese robarles dinero, porque el sistema de seguridad del banco le impidió hacer transferencias, sino que otros criminales pudiesen aprovechar la información para extorsionarlos. La angustia de los clientes era ser candidatos de una criminalidad creciente. Ese era el rehén que tenía el hacker y ese era el dilema que afrontaba el banco. Con calculadora en mano, el banco la pudo haber sacado barata, pero aguantó, hizo control de daños y dijo que no.
Todo parece indicar que no hubo negligencia, que lo que sufrió Interbank lo pudo haber sufrido cualquier otro banco aquí y afuera. Es parte de una competencia mundial entre hackers y empresas, batallas por capturar información y por defenderla. En medio de esa guerra, la privacidad no existe más, tal como la entendíamos hasta hace poco. Es que, sin darnos cuenta, nosotros mismos, a través de las redes, hemos expuesto información personal. Reclamamos, por ejemplo, que la administración tributaria pueda acceder a toda nuestra información bancaria; mientras que, a través de los sistemas de puntos por fidelidad de consumo, se tiene mapeado cuánto gastamos, en qué, dónde y cuándo. Sin necesidad de hackeos, existen mecanismos lícitos que reportan lo que somos, pensamos y tenemos. Es un nuevo mundo en el que estamos informados al instante de todo lo que pasa, con toda la información disponible y una inteligencia artificial que nos la ordena a pedido. Pero el costo es que estamos desnudos.
En esa facilidad de información prospera la extorsión, pero crece porque nos rendimos, porque pagamos. En teoría, si no pagamos, el crimen debiera desaparecer. Pero no es tan simple. El chantaje criminal es eficaz porque pone sobre la mesa la vida misma: o me pagas o te mato. En el dilema, pagar parece el mal menor, pero se puede y se debe decir que no. La Operación Chavín de Huántar fue un ejemplo: la vida de los rehenes a cambio de la libertad de los presos terroristas. No se claudicó y, felizmente, se liberaron los rehenes sin pagar. El caso reciente de Interbank es otro, sin vidas de por medio, es verdad. Sin embargo, para enfrentar la extorsión se requieren algunas condiciones. Una ética muy fuerte contra el crimen y desde hace tiempo, que sea la que te ampare si fracasas. Una inteligencia muy eficaz, que diagnostique el lío, que entienda al criminal, que identifique los escenarios posibles, que imagine soluciones y que reduzca daños. Al final, coraje; sin ese factor humano, nada es posible. Para mayor tranquilidad, estoy seguro de que los demás bancos que operan en Lima habrían hecho lo mismo.
El coraje brota en medio de las tragedias. Ahora sufrimos otra desgracia, como la del COVID: una economía criminal que empieza a controlarlo todo mientras el Estado se desmorona solito, inútil para defendernos. En ese tiempo, en medio de la muerte, mientras millones nos quedábamos en cuarentena de protección, miles salieron a trabajar para mantener la vida: los trabajadores de los mercados, de los transportes, del agro, de la minería, policías y, sobre todo, los médicos, enfermeras y enfermeros. Se expusieron más que nosotros al contagio y miles de ellos murieron. ¿Recuerda usted cuando, al final del día, salíamos a los balcones a aplaudirlos? Algunos políticos también tuvieron coraje. Julio Velarde (BCR) liberó encaje bancario y María Antonieta Alva (MEF) ofreció garantías, y así fluyó dinero rápido y a bajo costo para que la economía no parase (Reactiva). Como entonces, la enfermedad no solo la tienen los que la sufren, las víctimas somos todos. Como entonces, nadie se salva solo, nos tenemos que rescatar todos juntos como sociedad. Como entonces, hay que adueñarnos de nuevos himnos que aporten, en medio de tanta desgracia, esperanza. Sin ella el coraje no es posible: hagamos la finta de que todo va bien (Colli) porque hoy puede ser un gran día y mañana también (Serrat).