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Esther Vargas: Por un país diferente: Marcha por la igualdad
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Hace algunos años, en las marchas de gays, lesbianas, trans y bisexuales solo los activistas iban con los rostros descubiertos, alzando las banderas simbólicas, gritando las arengas. Eran poquitos, pero con garra. Y a ellos les debemos todo lo que se ha avanzado hasta hoy. Ellos nos enseñaron que no debíamos quedarnos callados, que si ahora éramos pocos, mañana seríamos muchos, y llenaríamos plazas, y la prensa se ocuparía de la causa, y dejaría de enfocar solo las plumas y lentejuelas para buscar historias comunes y corrientes, como suelen ser las historias de la comunidad. Nada freak, nada raro, nada extraño. Solo dos personas, del mismo sexo, que se aman, que aspiran a un país más justo, que sueñan con un Perú donde la igualdad no sea una utopía. Solo un hombre que decide vivir como una mujer porque así se siente plena. Solo una mujer que decidió vivir como hombre porque así se siente realizado.
#21M Mi pareja, nuestro hijo de 23 años y yo fuimos hasta la Plaza San Martín para sumarnos a la Marcha por la Igualdad.
No voy a decir si fuimos cientos o miles. Éramos muchos. Y, a diferencia de los 90, los participantes ya no tenían que colocarse sombreros, antifaces y hasta pelucas para que no los identificaran.
Allí estábamos. Felices e ilusionados. A pesar de la indiferencia del Estado, de la traición del Gobierno –no olvidemos que en 2011 el Partido Nacionalista recibió el respaldo de los colectivos–, los movimientos TLGB confían en haber avanzado en esta lucha, y sí que lo han hecho. Lograron visibilidad, que se hable de su causa y de sus vidas con más naturalidad y frecuencia de la que se esperaba.
Pero esta visibilidad nos ha puesto en el blanco de los homofóbicos: están los que abiertamente nos insultan en las redes sociales, y los que eran tus amigos hasta que te cansaste de quedarte callada y decidiste sumarte a la lucha.
Dar la cara y asumir la lucha tiene un costo. El peaje de la visibilidad vale la pena pagarlo. Yo he perdido 'amigos' y algunas oportunidades laborales, pero no me arrepiento de nada. Lo volvería hacer, como sé que lo harían estos chicos y chicas, de veintitantos años, que hoy marchan a mi lado por la Plaza San Martín, confiados en que en algún momento el Perú cambiará.
Es posible que, en los próximos cinco años, gane quien gane las elecciones, la comunidad TLGB siga postergada. Pero, si algo está claro, es que las voces ya nunca más serán silenciadas: porque con trolls, y ofensivas desde los púlpitos, esta nueva generación ha decidido luchar, de frente y sin miedo. A su estilo, y a su tono.
Que quede claro que no solo buscamos matrimonio igualitario, como algunos simplistas vociferan. Aspiramos a una ley de identidad de género, y una ley de crímenes de odio. No queremos más crímenes e impunidad. No queremos que nuestro afecto sea condenado. Queremos solo un Perú más igualitario.
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