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Tiempo fuera a la pantalla
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80 veces al día en promedio. Hacemos girar el antebrazo de manera a acercar el puño a la altura de la barbilla. Pero no con una mancuerna, sino con nuestro celular. No con el fin de fortalecer los músculos. Y fuera de las ocasiones en las que jugamos o trabajamos. Solo para ver… si algo extraordinario ha ocurrido mientras nuestra mente y ojos estaban en lo que deben estar. Quizá anuncian el fin del mundo, que ganamos algún premio, que cayó un presidente más, algo fuera de lo común que nos saque de la rutina. La novedad como premio mayor.
El impulso es poderoso. Pone en juego tensión, anticipación, desilusión y renovación en procesos que, sin introducir ninguna sustancia en el torrente sanguíneo, provocan lo mismo que las drogas más poderosas. Muy parecido a las maquinitas de los casinos. ¿Será que, luego del movimiento de la palanca, escucharemos el tintineo del chorro de monedas que darán sentido a las horas robadas a la vida?
Ambos movimientos deben ser de las conductas más elementales, más desprovistas de inteligencia, menos cargadas de estrategia, más infinitamente tontas, pero llenas de una esperanza que tiene en ambos casos las mismas ínfimas probabilidades de cumplirse. Pero que motivan lo único que interesa de nosotros: atención boba.
Y generan un nivel de tensión, estrés y desgaste muy importantes. Ya hay suficientes estudios que muestran el efecto positivo de un ayuno de pantalla: distensión, más creatividad, más autoestima, menos comparación social, entre otros.
Se trata de recreos en los que, además, las personas tienden a utilizar para fantasear y vincularse cara a cara, dos de las actividades más productivas que existen.
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