Alrededor del placer siempre hay prescripciones y proscripciones. Toda cultura contiene regulaciones explícitas e implícitas en relación con el goce. No se puede de cualquier manera, ni con cualquier cosa o persona, ni en cualquier momento, ni en cualquier cantidad. Hay épocas y coordenadas geográficas donde las regulaciones son múltiples y estrictas, las hay otras más relajadas y tolerantes. Pero en ninguna vale todo.
La mejor vitamina: conexión social
Con respecto de la gastronomía no todo es comestible, pero con respecto de la sexualidad —una vez desacoplada de la reproducción, lo que es inevitable—, casi todo es sexualizable. Hecho que se hace evidente en las representaciones eróticas desde el principio de las civilizaciones.
Las tecnologías, comenzando por la pintura, tuvieron en el sexo una motivación muy poderosa. La combinación de imágenes y textos escritos produjo clásicos como el Kama Sutra antes del siglo V de nuestra era. La imprenta, fuera de las Sagradas Escrituras, el primer best seller, potenció la masificación de obras eróticas. La fotografía tuvo entre sus primeros usos retratos de niños muertos y... desnudos. Y cuando hablamos de lo audiovisual, apenas pudo pasar al ámbito de los espacios íntimos y opacos, con las reproductoras de video, la sexualidad como espectáculo se industrializó.
El caso de Internet no podía ser distinto. La pornografía fue locomotora comercial —de los primeros negocios que hicieron dinero— y hoy casi cualquier aplicación que aparece puede terminar como vehículo —pensemos en las de celestinaje digital— o escenario de sexualidad. Y como cuando se trata de esa dimensión de la experiencia humana, el menú no tiene, literalmente, límite, hay para todos los gustos, desde los más convencionales hasta los que se encuentran en los extremos de la fantasía.
Hoy por hoy, la pornografía es ADA: anónima, disponible y accesible. En otras palabras, las barreras que protegen de ella a las personas, de cualquier edad, casi no existen. Es muy barata, casi no es necesario identificarse y está por doquier. Hay plataformas que reciben la enorme cantidad de 6 billones de visitantes mensuales.
¿Tiene esto efectos importantes? Parece que sí.
Cada vez hay más varones —por lo menos los que llegan a quejarse de esto en el nivel de servicios de salud, son más ellos que ellas— que afirman que no pueden concebir un funcionamiento sexual interpersonal, hacer el amor en vivo y en directo, sin, por lo menos, una inducción audiovisual. También hay quienes afirman que han perdido completamente interés por el sexo presencial.
Por otro lado, hay una transformación de las normas relacionadas con la sexualidad, esas reglas a las que me referí en el primer párrafo. Generalmente, se comienza con una pornografía que mima lo que el promedio de los seres humanos hacen. Pero de clic en clic, se va llegando a desempeños sexuales que incluyen cada vez más violencia y variantes que deben su éxito a que son más extremas, más degradantes y crueles.
Es un tema muy complejo. Se añade a los impactos de una vida social cada vez más inmersa en las redes sociales. No hay soluciones a la vista y, como desde el principio de la historia, censura y prohibición, por sí solas, no tienen efecto.
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