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Enrique Castillo: Los que se van
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No sabemos qué fue lo que pasó en el caso de la congresista Yeni Vilcatoma. Si la bancada fujimorista castigó a una parlamentaria que no se sometió al orden establecido; o si a la congresista se le pasó la mano, y creyó que podía exigir lo que sea y enfrentarse a quien sea, sin darse cuenta de que pertenecía a una bancada. Pero lo cierto es que la primera renuncia a un grupo parlamentario se produjo sin cumplir siquiera dos meses de funcionamiento del Congreso.
Seguramente no será la única renuncia. Probablemente también habrá alguna división, y una que otra creación de nuevos grupos parlamentarios producto de las deserciones y expulsiones. Pasa todo el tiempo.
Esto trae a la discusión si el Congreso debe castigar a los parlamentarios que renuncian por discrepancias políticas o personales a los grupos por los que han sido elegidos. Y nuestra posición es que no hay forma de castigar a quienes sienten que su agrupación se ha desviado o no ha cumplido con su propuesta política o sus promesas de campaña, o cuando su relación con el grupo se ha convertido en poco menos que insufrible.
Si las bancadas tienen el recurso de la expulsión para castigar a los desleales o a los que no quieren aceptar las decisiones colectivas, los congresistas también deben tener la posibilidad de buscar otro camino a través de su renuncia si no se sienten ya parte de una propuesta política.
Otra cosa es la renuncia a las bancadas por dinero o por prebendas, y no por convicción. En ese caso lo que cabe es el desafuero y su reemplazo por el accesitario, porque ya no estaríamos ante un político leal a sus convicciones, sino ante un delincuente que vendió su alma por un plato de lentejas.
Y aunque se señale que los congresistas fueron elegidos por determinada agrupación, y si se van traiciona a su electorado; también es verdad que bien merecido se lo tiene la agrupación por no saber elegir a sus candidatos.
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