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El Delcy Gate
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La vicepresidenta de Venezuela, Delcy Rodríguez, emprende vuelo privado desde Caracas con rumbo desconocido, pero con parada en España, a pesar de tener prohibida la entrada en territorio Schengen de la Unión Europea, por violación grave de derechos humanos. Vale decir, tortura.
El avión, vulnerando la orden europea, aterriza en Madrid. Se procura que no haya ni luz ni taquígrafos del hecho. Pero, de inmediato salta a la luz que un ministro del gobierno de Sánchez acudió a las 2 a.m. para reunirse con la señora y, según dijo en una de sus siete versiones, lo hizo para convencerla de que no bajara del avión.
Es verdad que ha sido la prensa del sector menos afín al gobierno la que ha sacado el tema y que bastantes problemas hay en España como para preocuparnos por esta salida de tono y de horario de un miembro del gobierno.
El ministro afectado no parece tener intención de dimitir, a pesar de haber incurrido en una mentira tras otra. Cuenta con el apoyo de su presidente y, si no cuenta con el entusiasmo del gabinete, éstos no lo dicen abiertamente.
¿Qué fue lo que pasó en el aeropuerto? ¿Es tan importante? ¿Se trató de una cita de amor? ¿De evitar una crisis diplomática? ¿De una gestión para evitar que infrinja la prohibición? ¿Acaso recibió la orden de no recibir a Guaidó, como ocurrió? ¿Por qué? ¿Para qué? ¿No sería más fácil decir la verdad, que inventar excusas o callar?
Una vez más será la justicia la que tome cartas en el asunto. Ya hay orden judicial de conservar las cintas. Pudiera haberse cometido un delito. Pero, sobre todo, lo que de verdad molesta al ciudadano, más allá de su ideología, es que, para gobernar, se recurra a la mentira, que es lo mismo que tomar a los gobernados, como tontos.
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