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De nada sirve engañarnos
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En la primera ola nos tomó cerca de cinco meses llegar al pico de contagios, ocupación de camas UCI y muertes. Ahora, en menos de dos meses de la segunda ola, estamos por alcanzar números similares. No es alarmista decir que la situación es dramática. Hay regiones, como Lima y Callao, donde las camas libres para atender casos críticos se cuentan con los dedos de una mano. En otras regiones, como Áncash, Cusco, Huancavelica, Huánuco, Lambayeque y Ucayali, simplemente ya no hay camas libres.
A eso sumemos que en Perú se han detectado tres casos de la variante del virus aparecida en el Reino Unido, pero sería una ingenuidad pensar que no hay más. Es muy probable que sean miles los que compongan esa red de contagiados. Y ya sabemos que esa variante es más contagiosa y 30% más mortal.
Mientras tanto, la fatiga pandémica va haciendo lo suyo, normalizando la catástrofe a nuestro alrededor. ¿Qué hacer ante esto? Una nueva cuarentena total sería económicamente insostenible para una amplia mayoría de familias, sobre todo para los comercios que lograron mantenerse en pie, salvo que el Estado inyecte mucho más dinero directamente a los bolsillos de las personas. Algo que no se pudo lograr con efectividad en la primera ola.
Aun así, el agotamiento y las necesidades, junto al sofocamiento veraniego, hacen difícil de creer que podremos mantenernos todos entre cuatro paredes, sobre todo quienes viven al día, hacinados y sin acceso a saneamiento.
Tal vez lo mejor es buscar una salida intermedia: horarios escalonados de los negocios y que estos puedan operar en plazas abiertas. Eso junto a una campaña monumental de entrega gratuita de las mejores mascarillas que ofrezca el mercado, control de aforos y limitar movimientos entre provincias para encapsular al virus. Además de dar más información para evitar la automedicación que genera la falsa sensación de protección.
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