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Las ciudades después del coronavirus
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Nuestras vidas no volverán a ser las mismas después de la pandemia del coronovirus y nos veremos obligados a vivir distinto. ¿Se han puesto a pensar en cómo serán nuestras ciudades y sociedades? Hoy, mientras cumplimos la cuarentena, todos añoramos los espacios públicos y las posibilidades que nos ofrecían: desde la protesta en la plaza mayor hasta el partido de fulbito y la simple, pero poderosísima, caminata. Hoy reconocemos el valor que tienen y que no solo dimos por sentado, sino que, en muchos casos, despreciamos. Solo ahora somos conscientes de la poca inversión pública y la falta de pertenencia ciudadana.
Hoy sucede todo lo contrario: queremos recuperar nuestros espacios públicos, reconquistarlos, tomarlos y ocuparlos todo el tiempo, para siempre. Pero aún falta mucho para hacerlo y falta más para recuperar la confianza en la vida que un virus nos ha arrebatado. Sin embargo, la transformación que se nos plantea es revolucionaria, pues significa el replanteamiento de lo que, hasta hace unos días era nuestra vida normal. Así, si esta vuelta a la unidad de nuestro hogar se hace permanente, la configuración espacial del territorio que ocupamos también cambiará.
Se nos plantea un retorno a lo local, un alejamiento radical de la globalización y sus promesas. Y esto se manifiesta en un decrecimiento urbano, todo lo contrario a la expansión sin límites en la que solemos vivir. Deberán cambiar los usos y pasaremos de modelos monofuncionales, donde en un lugar se vive y en otro se trabaja, a modelos mixtos donde los hogares (con diversidad socio económica), los servicios y empleos se encuentren a distancias tan cercanas que ni el transporte masivo será necesario en la vida cotidiana. La ciudad compacta llevada al extremo y distribuida en nodos comunitarios, en los que las necesidades básicas (alimentos, gestión de residuos y hasta energía) puedan ser cubiertas colectivamente a una escala humana.
Pero, incluso en estos nodos comunitarios, la autosostenibilidad no será posible para garantizar calidad de vida, por lo que las cadenas de contacto internodos tendrán que tener mecanismos seguros que nos plantearán una nueva forma de entender la globalización.
Es esta revolución la que nos muestra que lo realmente valioso es “lo común”, el espacio público (hoy tan añorado), pero también los servicios, que serán mejor llevados a través de cooperativas como las de alimentos o de cuidado de adultos mayores o fórmulas conjuntas para que los niños aprendan.
Ya no va más el modelo individual y el “sálvese quien pueda”, ha quedado demostrado que la colectividad es necesaria para la supervivencia.
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