Comenzaron las proyecciones para 2025. Es común que desde mediados de cada año aparezcan posibles cifras para el año siguiente. Variables como el crecimiento, tanto de la economía mundial como del Perú, las tasas de interés, el tipo de cambio, la inversión privada y la inflación son las favoritas. Las proyecciones las realizan tanto entidades locales como internacionales. Difieren entre ellas, pero todas tienen en común que, conforme pasa el tiempo, ajustan los números hacia la baja respecto de su propia proyección anterior. ¿Qué está ocurriendo?
Todos queremos saber qué va a pasar con la economía. La razón es que nos afecta en nuestra vida diaria. Cuando escuchamos o leemos proyecciones de los expertos, nos formamos una idea de lo que puede pasar. Sin embargo, cuando esas proyecciones fallan constantemente, comenzamos a desconfiar y ver el futuro con incertidumbre.
Si se supone que los expertos son profesionales con bastantes estudios y que, por lo tanto, deberían ser creíbles, entonces, ¿por qué se equivocan tanto? Dicho de otro modo, ¿cómo hacen sus proyecciones? Vamos a suponer que los errores no son cometidos “a propósito”, por el interés que tienen en vender una idea determinada. Descartando esa opción, pensemos ahora en un profesional que, sin ser parte interesada (ni a favor ni en contra), quiere proyectar lo que pasará con la economía en 2025. El mecanismo es el uso de modelos. Veamos.
La economía no es una ciencia exacta ni tampoco se puede experimentar para ver qué pasa. Me explico. Un zoólogo simula el comportamiento de los ratones en un laboratorio. En una caja hace un laberinto y al final pone el queso. Se sienta frente a la caja y observa el comportamiento del ratón y obtiene conclusiones válidas. Eso no se puede hacer en economía. No se puede destruir una economía para estar seguro de que esa receta no era correcta, aunque es cierto que parece que en algunos países se hicieran esos experimentos; miren Venezuela. Esto último pasa porque la economía no es un conjunto de buenas intenciones.
Un modelo en economía es una abstracción de la realidad; extrae de ella aquellos elementos que considera claves para la proyección que está haciendo; luego, asume ciertos comportamientos de esos factores que ha tomado de la realidad y, finalmente, los expresa en ecuaciones matemáticas. Mediante distintos métodos resuelve el problema matemático y eso arroja una proyección.
¿Es malo hacer proyecciones de este modo? No, sino que los resultados del modelo son solo un insumo para la proyección, pero no el único. Pueden ser una especie de punto de partida al que hay que agregarle otras variables no económicas, como el entorno político, las instituciones y un largo etcétera. Con ellas, ajustar la proyección hacia arriba o hacia abajo. ¿Será perfecto el resultado? De hecho, no lo será, pues también dependerá de qué otros factores se están tomando en cuenta. Digamos que así se minimiza el error.
El problema es que la mayoría de los analistas se quedan en los resultados del modelo y no proceden con el segundo paso. Señalan algo así: El modelo usado nos señala que la economía crecerá 3% en 2025, y ahí se quedan. ¿Y qué pasa si alguna variable no esperada, como el hecho de que se trata de un año prelectoral, afecta la proyección? Como no se puede saber el efecto político, la proyección falla. Por eso, se proyecta bajo escenarios.
No se trata de decir que los modelos no sirven; el problema es el uso que les damos. Son una referencia o los lineamientos generales que podemos usar como punto de partida, pero no más. Nadie puede leer el futuro y eso lo sabemos todos. Sin embargo, todos hacemos proyecciones, inclusive los más críticos que, de manera permanente, dicen que todo irá mal (esa es una proyección). Para ellos, la pregunta es la misma: ¿cómo lo saben? No perdamos la humildad en reconocer que más es lo que no sabemos que lo que sabemos.