(Perú21)
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“Estamos relativamente mejor que el resto”, “seguimos creciendo”. Son comentarios que se esgrimen para no levantar olas, pero con los que no deberíamos conformarnos: no estamos creciendo lo suficiente como para generar empleos ni ingresos necesarios. Lo inaceptable es que, a pesar de las dificultades de la región, nosotros tenemos proyectos listos para ejecución y que además tienen inversionistas y financiamiento.

Pero no se hacen. En algunos casos, por trabas burocráticas que retardan y desaniman la inversión. En otros, el impedimento lo originan las autoridades regionales. Caso emblemático el de Majes Siguas, proyecto de irrigación en Arequipa paralizado por el gobernador: minería no, ¿agricultura tampoco?

El 50% de lo recaudado por Impuesto a la Renta va directo a los gobiernos subnacionales para que se haga infraestructura y se brinden servicios públicos de calidad. Se suponía que era mejor proveer estos servicios desde instancias más cercanas a la población. No se hace: fallamos en proveer salud, educación y seguridad. Niños con anemia e infecciones respiratorias que no tienen dónde atenderse; hospitales y postas desabastecidas; alumnos que no entienden lo que leen; una reconstrucción del norte que nunca se hizo.

El Perú no es un país pobre, sino con muchos pobres desatendidos teniendo el dinero para hacerlo. Eso es imperdonable. Y lo que es peor: no nos atrevemos a arreglarlo. Para aquellos a los que debía ayudar, la descentralización se convirtió en maldición.

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