Congresistas tienen opiniones diversas sobe las protestas contra Tía María. (Foto: GEC)
Congresistas tienen opiniones diversas sobe las protestas contra Tía María. (Foto: GEC)

Cuando Cáceres Llica, el nefando gobernador regional de Arequipa, visitó la capital a mediados de julio para acudir a platós televisivos y citas políticas, con el objetivo de demostrar su rechazo ante el otorgamiento de la licencia social que el Gobierno le concedió a Southern, bien se pudo prever los lamentables actos de vandalismo y violencia de los cuales los arequipeños fueron víctimas esta semana.

Gracias a los registros visuales que rotaron por las redes sociales, se apreció la magnitud de los disturbios. Algunos ciudadanos se vieron obligados a refugiarse dentro de negocios y tiendas hasta que las revueltas amainaran. Los daños a la propiedad pública y privada fueron considerables, y unos desafortunados transportistas fueron blanco de una lluvia de piedras que hicieron añicos sus coches.

Las señales fueron evidentes desde el momento en que el impresentable de Llica fuera elegido presidente regional y comenzara su campaña de agitación e intentara, por todos los medios posibles, desinformar a los arequipeños respecto a las intenciones y procedimientos que utilizaría la minera para la extracción del cobre en Tía María y La Tapada.

Lo más triste fue la inacción del Gobierno el día martes, y uno solo podía pensar en la instantánea que el presidente Martín Vizcarra aceptó tomarse junto Cáceres Llica cuando, mal asesorado, fue a mantener una reunión con el azuzador principal de toda este descalabro, claudicado de cierta forma ante Llica y sus correligionarios. Los esbirros y canallas de esta movilización delincuencial habían mostrado, días antes, su aprecio al presidente, fusilando un muñeco con su apariencia que después hicieron trizas a estampadas.

Todo lo acaecido esta semana en la Ciudad Blanca trae a remembranza el ascenso de Evo Morales al poder en Bolivia. Una población sureña tan voluble y en estado constante de efervescencia, es tierra abiótica para dirigentes del estilo de Cáceres Llica, capaces de instigar con la mentira, el terror y sobretodo con la violencia a la gente que juró defender.

Nadie cuestiona las dudas que los pobladores del Valle del Tambo puedan tener respecto a que, cerca de sus cultivos, opere una minera, y que aquello les suscite desconfianza y recelo. Si este proyecto no cumpliera con los requisitos medioambientales que exigen las autoridades competentes, el grosso de la derecha entendería las causas de su cancelación y no apelaría a una ejecución forzosa del proyecto. Sin embargo, este no es el caso, y bien lo sabe Cáceres Llica.

Pero si hay un gran culpable de toda esta debacle, es la izquierda de Marco Arana y Verónika Mendoza, que lo único que hacen es alimentar este desconcierto con más desinformación y falacias. Los primeros en desgañitarse contra la inmoralidad e indecencia son los que ahora intentan pasar desapercibidos cuando, por ejemplo, uno de sus adláteres más importantes, Vladimir Cerrón, está prófugo después de que fuera condenado por negociación incompatible. Sí, el mismo que sale junto Mendoza en numerosas estampas y un confeso admirador del genocida Nicolás Maduro.

Esperemos que el congresista Marco Arana no se esté refocilando con la desgracia en Arequipa y, que en cambio, esté reconsiderando su participación en la misma. Me temo que muchos liberales y periodistas ven en esta izquierda a un grupo benigno y poco serio, pero sus últimas actuaciones y los personajes tan variopintos y licenciosos que la integran, parecen no encajar con este análisis. Es hora de tratar a esta izquierda como lo que es, una radical, de poca inconsistencia moral y provechosa cuando hay un filón político que explotar.