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(OPINIÓN) Mariana Alegre: Hambre, residuos y ollas
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Con motivo del hambre que generó la pandemia, las comunidades se organizaron para colectivamente prestarse apoyo y las ollas comunes fueron una de las estrategias que se fortalecieron para atender la crisis alimentaria. Solo en Lima son 250 mil las personas que comen cada día gracias a los alimentos que ofrecen las ollas comunes. Sin embargo, a pesar del apoyo que estas han recibido y al reconocimiento por parte de autoridades, las ollas comunes son aún precarias y se ven afectadas no solo por la ausencia de presupuesto, sino por la desarticulación que enfrentan y las pugnas políticas que quieren utilizarlas con objetivos clientelistas.
No es una sorpresa que con motivo de los cortes de agua en San Juan de Lurigancho –que dejan a uno de los distritos más poblados sin acceso al suministro de agua– las ollas comunes del distrito también se vean muy afectadas. Esto porque, al estar ubicadas en zonas con poco acceso a servicios básicos y depender muchas de ellas de cisternas y tanques, hoy se encuentran no solo pagando aún más dinero por el agua, sino que deben enfrentarse a especuladores y mafiosos que les exigen pagos innecesarios por acceder al agua que necesitan.
Conversé con la regidora metropolitana Jessica Huamán, quien manifestó enfáticamente la importancia de crear sistemas alimentarios que sirvan no solo para paliar el hambre, sino para garantizar la salud de nuestra comunidad. Por ello, además de trabajar por visibilizar el trabajo de las ollas comunes y abogar por la formalización de sus representantes frente a las autoridades, la regidora Huamán considera absolutamente urgente que Lima sea declarada en emergencia alimentaria.
Esta semana se realizó un plantón con el objetivo de que EMMSA autorice el rescate de alimentos directamente por parte de las ollas comunes. Es decir, que se les permita aprovechar lo que hoy es basura pero que, en realidad, tiene un tremendo valor. En primer lugar, el valor nutricional que se agrega al incorporar frutas y verduras en las preparaciones de las ollas comunes. Así también, los alimentos que no son aptos para consumo humano pueden ser usados para alimentar animales menores que se crían para proveer de proteínas como huevos y carne. Además, otros recursos sirven para ser compostados y fertilizar las tierras donde se realiza agricultura urbana.
Como pueden ver, el proceso es circular y beneficioso al 100%: ayuda a aliviar la pobreza, aprovecha al máximo los recursos, permite cultivar y criar animales para consumo, evita la generación de basura y desperdicio. Ahora, corresponde corregir los protocolos para que se pueda activar el rescate y aprovechamiento directo de los residuos orgánicos de los mercados y así, gracias a las ollas comunes, podamos juntos vencer al hambre.
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